La historia de cómo acabé en este casino es larga, llena de duras lecciones sobre la vida y todo lo que contiene.
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Salí de mi Eslovenia natal en 2002 para estudiar microparasitología tropical en San Petesburgo. Allí conocí a un hombre, Ivan en una tienda de paraguas, un martes cualquiera en abril. Yo no era más que una joven universitaria pero desde que crucé miradas con él supe que terminaría apuñalándolo con medio violín. Siempre he tenido un sexto sentido para los hombres débiles. Se enamoró de mí y tuvimos un romance de varios años.
Ivan era un personaje importante, era dueño de una gran empresa petrolífera y frecuentaba círculos cercanos al poder ruso. Nunca lo quise, pero no tardé en enamorarme de la vida que me daba. Los abrigos de piel, los coches, los restaurantes, los viajes... Me tenían hipnotizada. Pero el precio a pagar pronto fue demasiado para mí.
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En medio de una acalorada discusión sobre nuestro oso polar no pude contenerme y agarré su última adquisición, un violín Stradivarius, y agarrándolo del mástil lo destrocé contra el suelo de mármol de nuestra dacha. Ivan se abalanzó sobre mí enfurecido y los dos caímos al suelo con tal mala fortuna que el mástil del violín se clavó en su pecho. Murió en pocos minutos.
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En ese momento recordé lo que mi madre siempre me decía de niña:
"Si algún día matas a un importante oligarca ruso en una discusión sobre osos polares, huye a América". Y eso hice. Me limpié la sangre y me dirigí al aeropuerto para coger el primer avión hacia allí, más tarde ese mismo día aterrizaba en Las Vegas.
Entré a este casino dispuesta a comerme el mundo. Por fin era libre, tenía muchas ideas y un talento desmedido además de ser extremadamente atractiva. Conseguí un empleo de camarera en el bar pero mis compañeras, espantadas por mi talento me vilipendiaron y atacaron hasta conseguir que me echaran. En este casino buscaba una segunda vida pero lo único que encontré fueron feas por todas partes que me hicieron la vida imposible. Tuve que marcharme de allí, en mi momento más bajo.
Pero ahora he vuelto.
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Perseverando en la agencia de modelos en la que conseguí trabajo por mi despampanante físico y mi abundante carisma, he conseguido por fin un bolo en el casino en el que mis envidiosas compañeras me hicieron la vida imposible. Esta noche se sortea en la ruleta grande un Lamborghini blanco y una cena conmigo, y mientras poso más espectacular que nunca sobre el capó de diseño italiano, rotando lentamente en la plataforma giratoria, miro cómo limpian las mesas las desgraciadas que me humillaron. Sé que me temen y me odian. Ellas no lo saben, pero que me vean así de brillante no es suficiente venganza para mí.
Me he asegurado de que el coche tenga el depósito bien lleno y que el tapón de combustible esté lo suficientemente suelto. En el momento de la verdad bastará con un cigarro medio encendido para que sepan de verdad quién soy. Todas las que osaron mirarme por encima del hombro habrán sido derrotadas para siempre, y de entre las cenizas de este estercolero me alzaré como reina definitiva.
No tendré piedad.
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