@Elanonimotranquilo Te contaré una historia que nos llevará al comienzo de todo...
Yo tenía una abuela con la que compartía una relación muy especial. Cuando era pequeño, cada sábado, pasábamos las tardes juntos. Solíamos pasear... Recuerdo las cestas de moras que recogíamos y la tableta de chocolate que siempre guardaba para el regreso a casa.
Yo debía tener unos nueve o diez años cuando ella enfermó. No hubo más paseos, aunque seguíamos pasando las tardes juntos. Ella, desde la cama, me hablaba de su vida. No eran cosas diferentes de las que me contaba mientras caminábamos, pero ya no me gustaban. Me aburría y, en cierta forma, le echaba la culpa de que todo se hubiera estropeado. ¿Y las moras?
Entonces, cuando empezaba a desear dejar de visitarla, comenzaron las visitas. Cada sábado por la tarde una o varias señoras se presentaban en casa con una caja de danesas, una bolsa de fruta, unos bombones...
Ya estamos llegando a la parte que quiero que sepas de la historia, paciencia.
El caso es que siempre gusté mucho a estas ancianas. Yo era un niño muy prudente y educado, y mono. Ellas no dejaban de comentarlo. Me besaban, me abrazaban y me decían piropos continuamente. Algunas tardes el tema de conversación con mi abuela se centraba en mí. En MÍ. Al principio puede que me diera vergüenza e, incluso, que me desagradara un poco. Pero me acostumbré rápido. ¡Vaya si lo hice! Deseaba de nuevo que llegara aquel día, incluso con más ganas que antes de la enfermedad, con la esperanza de encontrarme con alguna de las amigas de mi abuela. Quería escuchar todo lo que tuvieran que decir de mí, bueno. Me peinaba, perfumaba y buscaba la mejor ropa que tenía. Era una ansiedad casi angustiosa. Cuando me ignoraban lo pasaba mal. ¿Por qué no decían nada de mis ojos? Siempre hablaban de ellos. Mis ojos grandes...
Todo esto, que muchos niños han vivido sin mayor importancia, a mí me ha marcado profundamente. Aún me sigo preparando lo mejor posible, sigo esperando a las terribles viejecitas a las que tanto gustaba. Sigo esperando que se fijen en mis ojos...
Una chinche. Consciente de su debilidad, la mía. Trato de ocultarme y no molestar. Pero no siempre es fácil. La oscuridad es costumbre y la sangre brota. Y yo soy una chinche.
PD: No sé si me explico, @Elanonimotranquilo.
Lo importante es que tú eres mi forero favorito. :) :) <3