María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que
me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber si la
amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin
duda no la amaba. "¿Por qué, entonces, casarte conmigo?", dijo. Le expliqué que no
tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Por otra parte era ella
quien lo pedía y yo me contentaba con decir que sí. Observó entonces que el
matrimonio era una cosa grave. Respondí: "No." Calló un momento y me miró en
silencio. Luego volvió a hablar. Quería saber simplemente si habría aceptado la misma
proposición hecha por otra mujer a la que estuviera ligado de la misma manera. Dije:
"Naturalmente." Se preguntó entonces a sí misma si me quería, y yo, yo no podía saber
nada sobre este punto. Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que
sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría por las mismas
razones.