Es curioso cómo, después de dos años, aún seguía guardado un comentario en borrador sobre las barbaridades cotidianas en mi ciudad natal y de cómo los autobuses canadienses carecían de tal espontaneidad.
Ahora vivo en Londres, donde las oportunidades de este voyeurismo son muy escasas. La culpa la tiene una invasión inmunda de periódicos gratuitos, repletos de sucesos deprimentes que avergüenza a la especie arbórea. Tal es la anulación, que nadie está para hablar con el vecino ni para entretener al personal. Visto lo visto, me agencié una bici. ¿Alguna anécdota? :)