El que fuera cantante de Los Canarios, aparte de calificar su música como «fundamentalmente, una mierda», ha declarado en el pasado entre otras cosas que los 120 millones que reporta el canon son «una miseria» o que «bajar música es como robar un jersey en unos grandes almacenes». Además, afirma soñar con crear «una mezcla de Amazon, eBay, Google, MySpace, YouTube e incluso Napster». ¿Y quién no?
Es curioso que un hombre tan presto a la polémica y con tan poco sentido del humor sea la cara visible de una sociedad que no parece contar en absoluto con la simpatía del pueblo. Si sabemos que España es uno de los países menos dispuestos a pagar por lo que puede obtener gratis y si la estrategia ofensiva de la SGAE contra el usuario, las leyes y los partidos no ha servido precisamente para concienciar a la gente, ¿no sería lo lógico cambiar de discurso?
El de la SGAE es claramente victimista. Entrar en su página web y dejarse llevar por los titulares es como entrar en una especie de web sobre el apocalipsis. «La piratería y la caída del consumo hunden al sector discográfico», «La piratería no la compensa el canon. Mientras, el gran beneficiado es el que fabrica todos estos sistemas y el que vende la línea de ADSL» o «La música se ha convertido en una ruina. Aquí no paga ni Dios» son algunas de las noticias que han seleccionado de los medios en los últimos días. Ninguna habla sobre las nuevas tendencias musicales, sobre cómo nuestras radios se han convertido en cadenas de éxito que no promocionan a los nuevos cantantes y ninguna habla del alza del mercado digital ni de las descargas a través de móvil.
La SGAE fracasa año tras año. Quejándose de que las legislaciones norteamericana o francesa son más férreas que la española, pero sin mencionar que en realidad la americana apenas ha condenado a una usuaria por bajar canciones sin pagar o que encontrar una novedad en EE.UU. por 10 dólares (9 euros) es habitual, confirma que su planteamiento es antiguo y sesgado, pero sobre todo antipático y agresivo, y mientras lo siga siendo es difícil que el gobierno se anime a elaborar leyes que, justas o no, estén en contra de la voluntad del pueblo.