Hay miles de escenas que forman parte de nuestra vida cotidiana que no serían lo mismo sin el cine de Pedro Almodóvar. Durante años la realidad española y sus guiones se han retroalimentado hasta el punto de que son casi indisociables entre sí. Cuando paseas por Madrid con algún amigo extranjero y se sorprende, entre risas, de los hábitos, poses, vestuario o mal humor de los españoles, te das cuenta de lo Almodóvar que somos todos. Pedro ha conseguido lo que muy pocos directores en sus países: servir de perfecto reflejo de la sociedad y además de la sociedad que vivimos a día de hoy, sin los manidos recursos de rodar películas de época por falta de imaginación. Es por eso y por la indudable calidad estética de su obra que, por encima de que sus películas sean mejores o peores, son una gozada a disfrutar desde el primer hasta el último minuto, como mínimo a través de frases o escenas sueltas. ‘Los abrazos rotos’ no es una excepción.
La película cuenta la historia de un director de cine (Lluís Homar) que renunció a su verdadera identidad el día que se quedó ciego. Aún escribe guiones que pasa a su directora de producción (Blanca Portillo), e incluso lleva una vida sexualmente activa, pero no quiere saber nada de su verdadero yo desde hace años. La visita de un misterioso joven (Rubén Ochandiano) le hará recordar los sucesos vividos a mediados de los 90, cuando se enamoró de una aspirante a actriz (Penélope Cruz), que terminó protagonizando su película, ‘Chicas y maletas’, producida por un rico empresario enamorado también de ella (José Luis Gómez).
‘Los abrazos rotos’ mantiene la enorme carga dramática del cine de Pedro de la última década, relegando la comedia casi totalmente a la película en que trabajan dentro de la película, ‘Chicas y maletas’, que es un remake de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’; con alguna excepción como el brillante número de Lola Dueñas como lectora de labios, que es de lo mejor de ‘Los abrazos rotos’.
Pero por encima del drama o de la comedia, lo que ha llevado a Pedro Almodóvar a ganar Oscars por ‘Todo sobre mi madre’ y ‘Hable con ella’, es decir, lo que ha hecho su cine definitivamente grande después de unos irregulares años 90, ha sido la maestría con que ha hilvanado y estructurado tramas y generaciones de personajes. Ese círculo que se cerraba perfectamente en ‘Todo sobre mi madre’ cuando Cecilia Roth terminaba cuidando del hijo del padre de su hijo tras la muerte del hijo en común de ambos, o en ‘Volver’ cuando la hija de Penélope Cruz mataba a su padre en defensa propia evitando que se repitieran los abusos sufridos por su madre; se cierra de manera algo más imperfecta en ‘Los abrazos rotos’.
Como en ‘La mala educación’, Almodóvar ha querido cerrar el círculo esta vez con una reflexión sobre la perfección del cine (preciosa también la referencia a ‘Viaje a Italia’ / ‘Te querré siempre’ de Rossellini), pero hay algunos personajes que quedan algo descolgados en el camino, como es el caso del hijo de Blanca Portillo o el interpretado por Rubén Ochandiano, finalmente un poco prescindibles (aunque ver al último haciendo de gay es un auténtico CUADRO).
A pesar de las imperfecciones, la película brilla en muchos de sus puntos, especialmente en su reparto. Penélope Cruz está completamente maravillosa luchando contra las adversidades sin gritar, mientras que Blanca Portillo sigue creciendo sin que nadie sepa adónde puede llegar su talento. Lluís Homar, que en realidad es el verdadero protagonista, sostiene algunos de los momentos más intensos, surrealistas y almodovarianos de la película (un ciego asomándose a través de una mirilla, un ciego acariciando la proyección de una fotografía). Aunque con todo el elenco puede la belleza del último beso que olvidaste, pero quedó accidentalmente grabado en una cámara de vídeo, o la de una lágrima cayendo tristemente sobre un tomate. La de un guión que, tirando de gazpacho, coca y ataques de celos, de nuevo te hará reír, llorar y sentirte afortunado por contar en tu país con un genio que se preocupe de reflejar la vida y los sentimientos de nuestro día a día desde un prisma tan pop. 7.