Lo cierto es que desde que nos enteramos de que gracias a unas grabaciones hechas para la videoteca personal de Jackson los ensayos de su gira iban a dar lugar a una película documental, la desconfianza se instaló en el corazón de muchos. Teniendo en cuenta que aquellas imágenes nunca se concibieron para ser exhibidas públicamente, lo normal era esperar cualquier chapuza fabricada con prisas para ganar dinero antes de que la pasión post mortem se apagara. ¿Dónde están los límites de lo aceptable cuando hablamos de explotar la imagen de un Rey muerto? Y es que ante eventos de semejante categoría resulta muy complicado separar el universo de la emoción del de la razón, puesto que aquellos fallos imperdonables en cualquier otro producto audiovisual, aquellos que le harían suspender el examen, quedan relegados a un segundo plano porque la fuerza histórica de lo que muestra es superior a cualquier tecnicismo. El alma por encima de la forma, un axioma del que este documental es perfecto ejemplo.
Vamos, que el filme da al público lo que promete: una sobredosis de Jackson de algo menos de dos horas de duración. Un universo musical fabricado en una burbuja cuyos límites ponen los muros y techo del Estadio Staples Center, el recinto de ensayos que el director Kenny Ortega (sí, el de ‘High School Musical’) nunca abandona negándonos, con su montaje, la ocasión de conocer a otro Michael que no sea aquel que está subido encima del escenario. No hay vida real fuera del ensayo. Así, una y otra vez, a veces genio y a veces un angustiado dibujo de Edward Gorey, a medio camino entre el niño que disfruta siendo el centro de atención y del artista consagrado que exige lo que quiere con un “te lo digo con amor” siempre en la boca, se suceden como una repetición los números musicales que iban a componer el setlist del concierto, empezando por ‘Wanna be Startin’ Somethin’ y terminando con la supuestamente inédita ‘This Is It’
.En el camino, una larga lista de hits que suenan “como en los discos”, tal y como el propio Michael pide que sea a su director musical, sin que esto signifique un playback continuado. De hecho, las canciones más movidas como ‘Billie Jean’, ‘They Don’t Care About Us’, ‘Thriller’ o ‘Black Or White’ sí que están pregrabadas, pero Jackson, sin monitor en la oreja porque le molesta como un puñetazo en el cerebro (“es complicado trabajar con esto cuando te han enseñado a escucharte de oído”, asegura) canta en vivo ‘Man In The Mirror’, ‘Human Nature’, ‘I Just Can’t Stop Loving You’ y alguna otra de los Jackson 5, demostrando que aunque convertido en caricatura de lo que algún día fue, especialmente en lo que a movimientos de baile se refiere, su voz seguía intacta.
Su voz y su sentido del espectáculo, que gracias a grúas para pasearse por encima de la cabeza de su público, arañas gigantes, excavadoras en el escenario, procesiones de fantasmas, chaquetas quemadas, espectaculares proyecciones como la de ‘Smooth Criminal’ y correcciones musicales del tipo “alarga esta nota” o “hay que enfatizar este silencio” podemos afirmar que lo que se traía entre manos para su despedida se prometía grandioso. Lástima que sólo podamos ver unos retales, nunca el resultado final.
Y aquí reside quizás el principal problema de la película, que lo que pasa por nuestros ojos es mucho esqueleto pero poca chicha. La primera media hora te emociona ver a Jacko ensayando, pero cuando el esquema se repite hasta el final sin ahondar un poco en la trastienda del personaje, los menos fanáticos pueden llegar a aburrirse. De nada sirve que un señor te diga que sus trajes iban a ser espectaculares si no te los enseñan. Un concierto es mucho más que un ensayo. No nos enseñan su relación con el equipo, Jacko nunca habla a la cámara. El cantante cae bien, pero se puede ser humano sin caer en el morbo. Así sucede, que por miedo a pasarse, el plato principal se queda frío demasiado rápido. Menos mal que a los fans les da igual que les sirvan sobras calentadas en el microondas. ¡Qué importan las críticas si se las van a comer igual! 5,5