¿Qué disco recuerdas con más cariño de tu adolescencia?
Me gustaba mucho una serie de discos de música clásica que tenían mis padres. Uno de estos discos contenía ‘Eine Kleine Nachtmusik’ de Mozart, que me volvía loco y que realmente fue mi primer impulso para ser músico. Lo ponía una y otra vez y me entraba delirio con los crecendos de los violines. Me imaginaba en una corte europea, en un salón majestuoso de ritmo rococó, lleno de señores y señoras con pelucas blancas, ropa recargada, abanicos, pecas falsas… Yo era el joven y prodigioso conductor de la orquesta, por supuesto. Cuando tenía el alma mas melancólica ponía la primera parte de la Sinfonía nº 40 de Mozart y me imaginaba en una habitación fría y oscura, muerto de hambre y de frío, escribiendo frenéticamente mi última obra antes de morirme de tuberculosis.
¿Hay algún disco que hayas comprado más de una vez?
¿De qué disco esperabas mucho y has terminado odiando?
Suelo acertar con mis expectativas, más o menos. No odio ninguno de mis discos. Lo máximo que puedo sentir hacia algunos de ellos es una ligera indiferencia, frecuentemente mezclada con un poquito de cariño. Al fin y al cabo… me acompañaron durante un momento fugaz, ¿no?
¿Qué disco no deberías haber prestado nunca?
Nunca prestaba discos en realidad. Eran más personales que el cepillo de dientes.
¿Por qué disco pagarías mucho dinero a día de hoy?
En este momento me temo que mis días de coleccionar vinilos frenéticamente pertenecen al pasado. Pero siempre soñaré con la edición del primer disco de Velvet Underground con el plátano que se pela… Lo veía durante años en una tienda de discos de Atenas y era excesivamente caro, nadie lo compraba y allí se quedaba, en una estantería, esperando… ¡Aish!