Como todo género en literatura, los cuentos también tienen varios niveles de lectura. Uno, el más superficial, es el que se ciñe únicamente a las palabras que vemos impresas en las hojas. El otro, el más profundo, es el que da sentido real a la historia, la sangre que corre debajo de las venas de la ficción narrada que distingue lo mediocre de las obras maestras. Cualquiera que se hubiera enfrentado a llevar al cine un libro como ‘Donde viven los monstruos’, por eso de ser un clásico infantil, se habría ceñido al primero por aquello de que todos los niños son tontos y si se lo das en puré no mastican. Al fin y al cabo, contar que un chaval disfrazado de lobo se va a jugar con unos monstruos para luego volver a casa tampoco es gran cosa.
Pero Spike, y en esto es en lo que ha acertado, ha sido valiente optando por lo segundo. Porque esta película se ve y se disfruta en la butaca, pero también se hace necesario pensarla. Mientras dura te sientes como un chaval retrotrayéndote a sensaciones vividas gracias a filmes de aventuras como ‘La historia interminable’ o ‘Los Goonies’. Pero hay algo en la última mirada a su madre de Max, el protagonista, que activa la fibra sensible y conecta con fantasmas cotidianos que la mayoría olvida. Lo bonito es que la interpretación moral del filme, como en el arte, no admite axiomas. Depende mucho de tu batiburrillo mental lo que te transmite al final la película.
Pero más allá de la excelencia técnica de la producción, de la cámara nerviosa que recorre apoyada en el hombro este reality de fantasía, del guión sin concesiones sentimentales baratas, de la realidad de las criaturas, del traje de Lobo que veremos por ahí en futuros festivales o de la música de Karen O que seguro escucharéis de otro modo en cuanto hayáis visto la película, por encima de todo, hay que alabar el trabajo del chico protagonista. Sobre todo porque Max Records, que ya es casualidad que personaje y actor compartan nombre, aguanta como pocos el complejo peso argumental de la historia. Ya sea llorando porque le han roto un iglú, contando historias de vampiros a los pies de una madre atareada, improvisando excusas para no ser comido, mordiendo, corriendo, arañando y añorando, te lo crees siempre que el objetivo de Jonze le enfoca. Su evolución sentimental corre paralela a la nuestra. Fijaos en sus ojos, en lo distinta que es su mirada al principio y al final del filme, y entenderéis de qué va esta última ida de olla.
‘Donde viven los monstruos’ es, en definitiva, una fábula oscura sobre la mierda que supone eso de hacerse mayor que, por una vez, evita caer en el error condescendiente de perpetrar el cliché quejica. A la mierda Peter Pan. Madurar duele, pero así es la vida. Esto es la vida. 8.