Joanna Newsom / Have One On Me

‘Have One On Me’ es un disco formalmente difícil, árido, profundo, casi inabarcable. Lo es ya desde su misma concepción porque sucede al aclamadísimo (y sonadamente criticado por este site en su día) ‘Ys’, su segundo álbum, que ocupó con rotundidad los podios de buena parte de la crítica musical de su año de edición y de las recientes clasificaciones de álbumes de la pasada década (pero no en la nuestra, claro). Y sin embargo, con sus dos horas de duración, sus dieciocho canciones distribuidas en tres vinilos o CDs (eso hace una media de más de seis minutos y medio por canción), el nuevo álbum de Joanna Newsom dejará satisfecho a todo el mundo. Tanto los que ya la amaban, subyugados por su indomable e imprevisible voz de ángel/duendecillo del bosque y su compleja música de corte clásico, como los que la repudiaban, asqueados por su insoportable voz de gato callejero en celo y su aburrida música de corte paleolítico, podrán cargarse bien de razones para reiterarse en sus posiciones.


Joanna Newsom se crió en un pueblo al norte del estado de California en una familia de padres músicos de formación clásica que pretendieron apartar a sus tres hijos de “malas influencias” como el pop, la televisión o las películas violentas, obligándoles a tener una estricta formación musical desde muy pequeños. Joanna y sus hermanos se instruyeron tocando el piano, pero ella pidió un arpa de pie ya a los cinco años, de la que no se ha separado desde entonces y en la que aprendió a tocar esos complicados polirritmos tan característicos de canciones como ‘Sawdust & Diamonds’. Siempre la rara, apartada de los chicos de su edad, la superdotada Joanna escribía sus propias canciones ambientadas en la estética que rodea a este singular instrumento celta: hadas, elfos, unicornios y naturaleza mágica poblaban entonces su mundo, sentando la base de esa característica imaginería mitológica y ancestral de sus dos primeros álbumes.

Con solo veinte años, Newsom realizó algunas grabaciones caseras que, a instancias de su entonces novio, el músico y productor Noah Georgeson (Adam Green, Little Joy), planchó en CDs. Uno de ellos llegó a manos de Will Oldham que, alucinado, la invitó a unirse a su banda y la apadrinó ante el sello Drag City. Su lírica tan próxima al folk(lore) y la insólita propuesta de una post-adolescente tocando en su gigantesca arpa de pie y cantando con una portentosa y asilvestrada voz llamó también la atención de un joven y barbudo neo-hippie Devendra Banhart, que no dudó en incluir una de sus canciones, ‘Bridges And Balloons’, en la seminal y ya mítica recopilación ‘The Golden Apples Of The Sun’ que fundó la cacareada escena weird-folk que proliferó en EE.UU. a mediados de la pasada década, y con la que se la relacionó en sus inicios. Así encasillada, publicó su debut ‘The Milk-Eyed Mender’ en 2004, producido por Georgeson, con gran éxito crítico pero no tanta repercusión pública (eran otros tiempos y los discos no eran tan accesibles como hoy día). Posteriormente, se desmarcó de ese entorno hippie mostrándose poco amiga de las comunas y los perros pulgosos y más de la sofisticación y la moda, dejándose incluso ver por las más sonadas pasarelas.

En 2006, ‘Ys’ la encumbró definitivamente. El disco contó con la estelar participación del otrora colaborador de Brian Wilson, Van Dyke Parks, que tejía magníficos y pomposos arreglos orquestales sobre las vivas composiciones de la Newsom, con reminiscencias a actos legendarios del folk sesentero como The Incredible String Band, Fairport Convention o Pentangle, cuya recuperación en aquellos momentos era lo máximo para los gurús del gafapastismo mundial. Al parecer muy influenciada por el disco ‘Stormcock’ del guitarrista británico Roy Harper, Newsom se dejaba llevar por su capacidad compositiva y narrativa en larguísimas canciones de hasta 16 minutos en algún caso en las que dejaba constancia de la singularidad de su voz cuasi-infantil, tan portentosa como poco pulida y salvaje, digna de una especie de ser mágico engendrado por un semental minotauro y Björk, la elfa. Parecía y aún sigue pareciendo pecaminoso poner, como hicieron JNSP o Rolling Stone, objeciones a tamaño talento natural y a lo elevado de su sentido musical, la calidad de su miel que parecía no ser apta para las poperas bocas de indie-asnos, solo para gustos refinados. Algo que parecía claramente injusto cuando Newsom se aprovechó cuando le convino de la mercadotecnia del pop y el elitismo del indie para darse a conocer al mundo: grabado por Albini, mezclado por Jim O’Rourke y “colaborado” por Bill Callahan, su novio.

En la primavera de 2009, Joanna despertó una mañana y su voz sonaba «como el siseo al abrir una lata de cola». Tenía nódulos en las cuerdas vocales y durante varios meses le prohibieron hablar, por supuesto cantar e, incluso, llorar. Algo bastante complicado cuando te dicen que tu voz no volverá a ser la misma. Tuvo que reeducar su voz y aprender nuevas técnicas de canto que, sin duda, es una de las primeras cosas que destaca en ‘Have One On Me’. Mientras mejoraba, entre modelajes para Armani, apariciones estelares en vídeos de MGMT y el cultivo de su relación sentimental con Andy Samberg (famoso actor en USA por su trabajo en Saturday Night Live), escribía las canciones para su nuevo álbum que, una vez recuperada, grabó a finales del pasado año en varios estudios del estado de California, y en cuya producción y mezclas intervenieron de nuevo Georgeson y O’Rourke entre muchos otros. A principios de año, la rumorología en torno al disco estaba disparada y su sello, Drag City, contribuía lógicamente con aquella simpática tira cómica publicada en su web

, anunciando la publicación del álbum para el día 23 de febrero.

La distribución de ‘Have One On Me’ en tres dosis atiende a una estrategia inteligente: dado lo vasto del contenido, parece imprescindible dosificar su audición en tres partes cuya secuenciación también se intuye muy pensada, procurando ir de más a menos en la dificultad de su asimiliación. Como ya decíamos, se trata de su obra más ambiciosa y presenta unos rasgos claramente diferenciadores con respecto a sus predecesoras. En primer lugar, está esa clara y obligada evolución en la interpretación vocal de la música californiana, por la que claramente ha perdido potencia y naturalidad, pero que la ha hecho ganar en mesura y delicadeza, resultando incluso más conmovedora así. Otro avance de Newsom es que compagina el protagonismo del arpa con el del piano, especialmente en las canciones más dinámicas y fáciles como esa ‘Easy’ que abre el álbum, como la sublime ‘In California’ o ‘Good Intentions Paving Company’, un carrusel con sabor a musical de Broadway que es claramente una de las cumbres de esta obra, perfecto ejemplo del nuevo carácter de su música.

Y es que si en ‘Ys’ eran los delicados arreglos de Van Dyke Parks los que engalanaban las clasicistas composiciones de Newsom con su arpa, en esta ocasión se ha valido de una paleta de recursos mucho más variada y (casi) convencional, merced al estupendo trabajo del músico de Portland Ryan Francesconi, un experto en instrumentos del folklore centroeuropeo como la tambura o la kaval, cuyos arreglos recuerdan a menudo a los mejores momentos del Sufjan Stevens más orquestal. La linealidad estilística de su anterior obra se transforma así en un mutante torrente en el que folk, blues, jazz, pop, swing o música de cámara tienen, en mayor o menor medida, su momento de protagonismo a lo largo de su extenso minutaje. Compartiendo el trabajo de fiel y perfecto escudero para la dama con Francesconi está ese músico magnífico llamado Neal Morgan, un batería y percusionista prodigioso capaz de transgredir los límites de sus instrumentos más allá del mero uso rítmico, imprimiéndoles una capacidad expresiva y conmovedora pocas veces escuchada. Los que le vieran en la reciente gira de Bill Callahan, tanto acompañando al hombre tras Smog como en su set en solitario, sabrán bien de qué hablamos. El dramatismo que aporta su instrumento en cortes como ‘Have One On Me’ o ‘Soft As Chalk’, un auténtico y amistoso duelo interpretativo con Newsom, resulta casi teatral, haciendo de su batería un personaje protagonista de estas operetas.

Unas operetas de textos muy cuidados que utilizan un vocabulario atípicamente rebuscado de un considerable peso literario, y que aunque conservan el misterio y la extrañeza de antaño, suelen resultar bastante inteligibles hasta que alguna figura onírica irrumpe desmoronando cualquier atisbo de literalidad. Sí, operetas parece un nombre bastante apropiado para estas nuevas canciones de Newsom. Escuchando ‘Have One On Me’ uno es capaz de imaginarse a sí mismo asistiendo a una representación de teatro musical de aquellas de hace sesenta o setenta años, aquellos folletines de variedades que incluían un poco de todo para contentar a todos los públicos. Cuando, tras algún divertido número coral, la protagonista se queda sola en escena interpretando con embeleso los momentos más intimistas uno puede quedar prendado de ella (»81′) o echar alguna cabezadita (‘Esme’) esperando que regrese el despiporre con toda la troupe a pleno rendimiento. Al acabar, el espectador recordará más esos puntuales estados de felicidad que los de hastío y, por qué no, regresará la próxima semana y descubrirá nuevos detalles que le subyugarán y le invitarán a regresar.

Seguramente eso es lo que convierte ‘Have One On Me’ en una obra importante: su carácter intrincado y denso, sus estructuras rocambolescas que se van por las ramas de pirueta en pirueta para volver al punto de partida, giros vocales y melódicos inesperados que fascinan, descolocan, irritan, maravillan o desesperan, rehúyen la inmediatez (característica hoy en día aparentemente imprescindible en la música para trascender), aguardan oídos inquietos e inconformistas que osen profundizar en su inmensidad, sin prisas, con detenimiento, atrapando hoy un conmovedor detalle de kora y mañana una poética línea de texto que ayer pasó desapercibida. Así que, que nadie se frustre. ‘Have One On Me’ es una gran obra como las de antes (como las de Joni Mitchell o Rickie Lee Jones que la han inspirado), en fondo y forma, un disco que claramente requiere un largo tiempo de atención y disgresión para ser ponderado con justicia y que, probablemente, solo dé su verdadera dimensión con el paso de los años. Y fijaos, en solo más de dos meses, algunos ya tenemos la osadía de calificarlo con un…

Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘In California’, ‘Good Intentions Paving Company’, ‘Soft As Chalk’, ‘Baby Birch’, ‘Go Long’, el excelente art-work
Te gustará si te gustan: Joni Mitchell, Alela Diane, Marissa Nadler, Vashti Bunyan
Escúchalo: en tu reproductor habitual. En la web NPR puede escucharse un show muy reciente centrado en este álbum.

Los comentarios de Disqus están cargando....
Share
Publicado por
Raúl Guillén