‘Habitación en Roma’, el rollo bollo es lo de menos

Desde luego que el pobre Julio Medem lo tenía difícil. Después de su desconcertante ‘Caótica Ana‘, hay que tener muchas ganas para lanzarse a este circo de leones que es el público español, ansioso por devorar los restos de un director al que, con permiso de Amenábar y, sobre todo, del suicida Juanma Bajo Ulloa, alzamos a los altares durante los años 90 como la gran y única esperanza del nuevo cine nacional. Por aquel entonces, su personal lenguaje cinematográfico y su universo poético podían fascinarte o asquearte por partes iguales, pero nunca te dejaba indiferente. Aquel director vasco tenía algo.


Pero entonces algo pasó, no sé si fue culpa de ‘Lucía y el sexo’ o de la campaña de acoso y derribo provocada por su ‘Pelota Vasca’. Medem, de repente, ya no molaba, su fórmula parecía agotada, y ni mucho menos aquella Ana ayudó a limpiar su nombre. Ni mucho menos. Por eso cuando anunció su siguiente proyecto, una historia de amor protagonizada por dos mujeres encerradas en una habitación, las garras y los colmillos comenzaron a afilarse. ¿Había perdido Medem la cabeza? Llegó el momento de saberlo.

‘Habitación en Roma’, como muchos se han empeñado en recordar, es algo así como el remake de la chilena ‘En la cama’, que narraba una noche de amor compartida por dos extraños en una habitación. Hasta aquí llega el parecido. Medem sí ha cogido prestada la premisa, pero los personajes y el desarrollo derivan hacia derroteros completamente distintos. Para empezar, su acertada elección de convertir en pareja de mujeres a las protagonistas.

Y digo acertada porque, primero, comercialmente se ha asegurado una gran legión de salidotes deseosos de ver mucha tetita con tetita. El morbo vende, sólo hay que tener en cuenta los datos de visitantes que tuvo aquel leak del trailer que apareció por internet hace unos meses poniendo la película en boca de muchos que nunca se plantearían ir a ver nada de ese tío tan raro. Lástima para ellos, porque si esperan porno soft para heteros, mejor que prueben con Xvideos.com o algo de eso. La chicha no es tanta como la pintan.

Pero posiblemente su otro acierto, el mejor, es el de conseguir que al contar una relación lésbica el espectador establezca una distancia emocional respecto a aquello que en pantalla se le está contando. Una distancia que ayuda, y mucho, a la película. Y es que, por desgracia, las lesbianas no son igual de visibles en esta sociedad. Son algo así como los muertos de ‘El Sexto Sentido’, que caminan entre nosotros pero sólo los ven quienes las quieren buscar. El ciudadano medio no tiene idea de cómo son de verdad estas chicas. Por eso, con el extrañamiento de ver a dos en pantalla actuando como dos enamoradas más, lejos del cliché del porno, sin grandes uñas rojas estimulando labios, sin dildos de tamaños kilométricos, sin tijeras y lenguas lamiendo con asco pezones, Medem consigue que lo que en otros se antojaría cursi aquí parezca creíble y realista. Dentro de todo lo realista que un Medem puede ser.

Porque el director no abandona sus señas de identidad. Los personajes expresan sus pensamientos en alto, las coincidencias, las mentiras, los secretos y la esquizofrenia campan a sus anchas por aquella cama. Internet sirve para viajar sin salir de la terraza y una sábana es más que una sábana. Vale que hay momentos que provocan rechazo y vergüenza ajena absoluta –momento Karina, ya lo veréis–. Vale que la cancioncita de Russian Red llega a tornarse cansina (cómo se echa de menos la música de Alberto Iglesias). Pero Elena Anaya y Natasha Yarovenko acaban superando todas las malas elecciones de esta en aparencia, y mira que a ratos llega a serlo, pretenciosa película. Un filme que, cuando salgas del cine, igual no te ha dicho nada. Pero a los días descubres que algo queda, que aquello tiene más que ver contigo de lo que pensabas. Medem no es tan malo. Y coño, eso mola. 6,5

Los comentarios de Disqus están cargando....
Share
Publicado por
Claudio M. de Prado