La serie comienza justo donde acabó el año pasado, con Sookie traumatizada por la desaparición de Bill, con Sam de viaje en la búsqueda de sus padres biológicos, con Jason y Tara traumatizados (por motivos distintos) por la muerte de Eggs, y con el pueblo recuperándose de las orgías en honor a la desaparecida Maryann, el mejor personaje de la temporada 2 junto a Jessica, la vampira recién nacida que, por fortuna, vuelve. A partir de ahí se desarrolla un capítulo que, para cualquiera que no haya visto nunca ‘True Blood’, podría resumirse en una rubia corriendo de un lado para otro a ver si alguien la ayuda a encontrar a su novio vampiro entre diversos planos de culos, tetas y torsos desnudos. Y ya. Pero los fanáticos, a juzgar por las reacciones en el cine, que iban del aplauso tras el susto a la carcajada, han visto algo más detrás, que no es otra cosa que la recuperación del sexy culebrón sobrenatural con mejor guión de la historia de la televisión.
Y es que ahí donde otros hubieran apostado por la cacha sin cerebro, que es lo que distingue a una soap opera de una serie de verdad, la gente de ‘True Blood’ ha escogido seguir el camino difícil y esmerarse en escribir guiones irónicos y autoparódicos que dan a la historia la profundidad necesaria para que se sostenga más allá del enséñame-esos-pezones que, sólo en apariencia, tanto abunda en estos cuarenta primeros minutos de temporada.
Porque sí, vemos el culo de Jason y de Eric, los pezones de Bill succionados por hombres que luego se escupen en la boca, escenas homoeróticas entre dos de los grandes machos de la serie, un rollo bollo entre estudiantes frustradas por una falta de erección y una sesión de sexo duro de seis horas de duración. Pero nada sería trascendente si estas imágenes no estuvieran acompañadas de unos diálogos ácidos bastante más cercanos al humor inglés que al porno estadounidense. De momento, y sin que los hombres lobo hayan terminado de aparecer en todo su esplendor, la cosa promete. ¿No queríamos caldo? Pues tenemos tazas hasta hartarnos.