Música

Janelle Monáe / The Archandroid

En serio, esta noche he soñado que vivía en Metropolis. En 2719, tras la Quinta Guerra Mundial, la población humana se ha visto obligada a recluirse en esta ciudad para protegerse del desastre ecológico, y en ella reina el caos entre las clases inferiores de diferentes etnias, androides que sirven a robots zillonarios que disfrutan de los placeres que ofrece esta maravillosa urbe a la que todos llegan en busca de una vida mejor. Yo era uno de esos androides con apariencia humanoide que trabajaba en edificios sucios, tenía sexo (no con humanos, está prohibido) y vivía con la esperanza del regreso de la Arcandroide, Cindy Mayweather, que nos liberaría de la Gran División, una sociedad secreta que viaja en el tiempo eliminando el amor y la libertad de nuestras vidas. Cindy fue un androide programado para ser una estrella del rock, que cometió el crimen de enamorarse y consumar con un humano, Sir Greendown, por lo que fue condenada a ser desensamblada. Cindy consiguió escapar, convirtiéndose en un símbolo para todos nosotros.


Esa historia es el hilo conductor de la ambiciosa obra de la pequeña y joven artista de Atlanta Janelle Monáe, que se inició con el notable EP ‘Metropolis’ (cuya crítica perdimos en el ya famoso desastre técnico de JNSP de septiembre de 2008). Era el primero de los cuatro movimientos de los que se compone esta obra que se sirve de ese marco de fantasía científico-futurista para reflexionar sobre el pasado y el porvenir de la sociedad y la cultura negra norteamericana y, por extensión, de cualquier minoría que se haya visto o se siga viendo en desigualdad social o cultural. Monáe nació en Kansas y se marchó a Nueva York a estudiar arte dramático, antes de decidir que la música pop era más apropiada para sus aspiraciones artísticas. Se instaló en Atlanta, donde fundó la Wondaland Arts Society junto a sus hoy fieles colaboradores Nate Wonder y Chuck Lightning (conocidos como Deep Cotton) y conoció a Big Boi, de Outkast, su principal valedor junto a Sean Diddy, que la fichó para su sello Bad Boys, con el que ha publicado sus dos álbumes.

‘The Archandroid’, que reúne los movimientos II y III de la obra, multiplica por tres los hallazgos que se intuían en el EP: voz fantásticamente cálida y dulce, imaginación desbordante en los arreglos, apertura de mente sin límites y un magnífico instinto para equilibrar el riesgo y lo popular. Monáe y sus secuaces demuestran una amplitud de miras ilimitada, fundiendo en estos minutos cualquier estilo que se les pase por la mente sin limitarse, felizmente, a la música negra. Ni siquiera se limita a la música: Stevie Wonder, John Barry, Disney, Dalí, Muhammad Ali, Arthur Lee, ‘Ziggy Stardust’, ‘Stankonia’, Star Wars, Tim Burton, Bob Marley o Prince son citados en este álbum que, curiosamente, prescinde de cualquier tipo de sample para interpretar cada uno de sus dieciséis cortes con una amplia banda. Así, ‘The Archandroid’ se convierte en un prodigioso crisol del que fluye un deslumbrante manantial de hip hop, pop, doo-wop, soul, funk, R&B, rock, música cinematográfica, psicodelia y jazz, un vasto compendio que no tiene un solo segundo de desperdicio, ya que su cuidada secuenciación presenta unos interludios perfectamente justificados que conducen la obra y hacen las transiciones necesarias.

Cada una de las dos suites contenidas aquí tiene un carácter muy marcado. La primera, la más atractiva, alberga los cortes más claramente pop y más poderosos del disco, pero también su lírica más dura, crítica con la sociedad de su país, que se conduce a la autodestrucción. Como dice explícitamente la esplendorosa ‘Dance Or Die’, los chicos negros solo viven para convertirse en artistas del entretenimiento o morir, ya sea en las calles o en absurdas guerras, clamando por la educación como la única vía de escape a tal desastre. Educación que ayudaría a la mujer a no vivir a la sombra de un hombre, como denuncia explícitamente en ‘Faster’ y ‘Locked Inside’, inspirada en ‘Music Of My Mind’ de Stevie Wonder, que también sirve de reprimenda a la sociedad a menudo cegada por el estúpido orgullo. ‘Sir Greendown’ supone un pequeño remanso de paz psicodélica que remite a ‘Destino’ (aquella mítica colaboración entre la factoría Disney y Salvador Dalí

), antes de adentrarnos en el momento culminante del álbum, que enlaza sus dos singles: ‘Cold War’ y ‘Tightrope’, en el que colabora Big Boi.

‘Cold War’ es un puñetazo de realidad, pop al galope, irresistible e inclasificable, sobre el precio de la lucha por ser libre: la soledad. ‘Tightrope’, por su parte, es un claro homenaje al legado del gran James Brown en el que Monáe habla sobre los frágiles mimbres en los que se sostiene el éxito y el reconocimiento. «Tanto si estás arriba como abajo, debes tantear sobre la cuerda floja».

El contraste entre soul dulce (‘Oh, Maker’) y jazz ácido (‘Come Alive’) sirve de recta final para la primera parte del álbum, que culmina con la lisérgica ‘Mushrooms And Roses’, un delirante paraíso para el amor imposible al calor de un solo de guitarra, puro Hendrix, que da paso a la Suite III. En ella, Monáe, Wonder y Lightning abren las puertas al mundo imaginario en el que los ciudadanos de Metropolis sueñan que habita Cindy Mayweather, un edén en el que cobijarse de la crueldad de la oprimida Metropolis, en el que conviven la orquestación que John Barry creó para las bandas sonoras de las pelis de James Bond (‘Neon Valley Street’, ‘BeBopByeYa’), funk sofisticado (‘Wondaland’), folk celestial (‘57821’) y soul de muchos kilates (‘Say You’ll Go’). Incluso hay un peculiar hueco para una colaboración con sus amigos de Of Montreal (‘Make The Bus’), que queda un tanto desfigurada en el conjunto. Detrás, está la historia de amor imposible entre Greenwood y Cindy, que en realidad pasa sus días como la paciente 57281, de nombre Janelle Monáe, en el Palacio de Los Perros del Arte, un sanatorio para «mutantes, genios perdidos y salvadores».

Artísticamente, ‘The Archandroid’ no es solo un disco. De hecho, Monáe anunció que tiene intención de que se convierta en novela gráfica y en película, y no cuesta nada fantasear con la posibilidad de que pueda convertirse en un maravilloso musical. Ya hay quien se atreve a decir que se trata del ‘The Miseducation Of Lauryn Hill‘ de nuestros días y, la verdad, la comparación se sostiene perfectamente, porque se trata de lo que la música negra necesita para avanzar y salir de su actual ghetto de hip hop chuleta y divas de R&B modélicamente fotocopiadas: modernidad que respeta el pasado, aperturismo y tradición, vocación lúdica y educativa, ambición con los pies en la tierra.

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Publicado por
Raúl Guillén