Con Steven Mercurio al frente de la orquesta (todo un espectáculo en sí mismo, con tantísima gesticulación al dirigir) y una banda compuesta por músicos de renombre como Dominic Miller (su guitarrista habitual) o la cantante de jazz Jo Lawry, el británico arrancó su actuación con ‘If I Ever Lose My Faith In You’, a la vez que tres pantallas gigantes se desplegaban encima del escenario, y sobre las cuales aparecían imágenes en vivo o distintas proyecciones. Tras esta, llegaron ‘Every Little Thing She Does Is Magic’ y después ‘Englishman In New York’, y de este modo fue desgranando una a una grandes canciones, algunas presentes en el disco, como la segunda y tercera, y otras que no lo están, como la inicial. Salvo en el caso de ‘Roxanne’, la cual pierde su toque reggae y se convierte en una balada, la mayoría de los nuevos arreglos no distan estructural y rítmicamente de los temas originales, simplemente se añade un colchón orquestal, eso sí, menudo colchón, sonando canciones como ‘When We Dance’, ‘The End Of The Game’, o ‘Fragile’ especialmente emocionantes e imponentes.
Todo esto resultó finalmente en un espectáculo bastante apañado, de considerable duración (se dividió en dos partes de aproximadamente hora y cuarto con un descanso de veinte minutos entre ambas), y donde el artista, con su capacidad vocal en plena forma, se esforzaba además en conectar con el público, comunicándose en castellano (aunque leído en teleprompter) y animando a corear donde el tema lo pedía. La orquesta no solo hacía las veces de majestuosa base, sino que también tenía alguna coreografía preparada, como en ‘She’s Too Good For Me’, añadiendo espectacularidad al concierto. Si Sting ha decidido por un lado explorar, como con sus dos primeros discos en DG y a la vez reciclar éxitos pasados para permanecer en el candelero, bienvenido sea, porque por lo menos lo hace con gusto y, sobre todo, haciéndonoslo pasar en grande.