Siguiendo el particular y peculiar esquema británico (pocos capítulos pero largos), la serie cuenta la historia de la familia Crawley, de las -por llamarlas de alguna manera- vicisitudes ante las que se encuentra tras el fallecimiento de los dos herederos más allegados y del cuerpo de servicio que les rodea. Es precisamente ese cuerpo el que se encarga casi de dar comienzo a la serie en sí, con una cuidada y elegantísima coreografía que, en varios planos secuencia, va presentando a todos los personajes y deja clarísima la jerarquía entre unos y otros sin casi necesidad de que hablen entre ellos. Un fantástico acierto que pone de relieve que estamos viendo una de esas maravillas de las que hay pocas: el espectador puede disfrutar de una presentación de los personajes ligera pero muy cuidada, y mientras se mantiene en vilo, imaginándose qué noticia es esa que hemos visto transmitir previamente en el telégrafo y ante la que todo el mundo se sorprende al ver en el periódico. Desde ahí, la producción de Julian Fellowes va sobre ruedas.
Ambientada en 1912 (aunque a lo largo de la serie irán pasando los años con una facilidad pasmosa), ‘Downton Abbey’ retrata de una manera bastante especial a la aristocracia de la época: desgrana sus caprichos, sus temores, sus relaciones y sus más oscuras intenciones con un guion realmente magnífico, en el que el lenguaje corporal tiene casi tanta importancia como el hablado. Conviene destacar aquí el trabajo de Maggie Smith, quien encarna a una flemática Violet Crawley que asiste atónita y escandalizada a la posible disolución de la fortuna de la familia.
Sin embargo, hay otra gran baza en la serie, que es la de reflejar, en contraposición, la vida del servicio que trabaja para los Crawley: sus confesiones, sus pretensiones y sus ambiciones, que a veces les llevan incluso a cometer actos verdaderamente reprochables. Eso por no hablar de los secretos que aguardan algunos de ellos que, por inesperados, arrancarán alguna cara de sorpresa entre la audiencia. Despunta el trabajo de Jim Carter (el mayordomo) y de Rob James-Collier (el segundo mayordomo), un personaje que da bastante más de sí de lo que parece en sus primeras escenas.
Pero lo grandioso de ‘Downton Abbey’ es que, además, toda esta intrincada historia, en la que intervienen personajes por doquier y en la que las alianzas están menos claras que el árbol genealógico de los Buendía, todo se cuenta de una forma sorprendentemente fácil para el espectador, y de una manera en la que todo encaja sin que nada resulte obvio en absoluto. Elegancia inglesa, suponemos.
Calificación: 8,5/10
Destacamos: a Maggie Smith. Es imposible retirar los ojos de la pantalla mientras ella habla.
Te gustará si te gusta: tomar el té a las 5, los culebrones de familias, las intrigas palaciegas, el acento británico y el folletín.
Predictor: es un poco difícil decir si triunfará en nuestro país, puesto que la huella británica es quizá demasiado patente y no encaja con la cultura española. Además, emitir dos capítulos seguidos no beneficia mucho a la serie. ¿En qué cabeza cabe?