Los problemas de sonorización de Fleet Foxes, por el contrario a lo que se percibía con Vetiver, parecían provenir de su propio equipo de técnicos, paradójicamente. Quizá tratando de evitar la excesiva resonancia de graves, el volumen de agudos era tal que a menudo tapaban y ensuciaban el cuidadísimo trabajo de armonías vocales que el sexteto despliega en vivo. Pero por encima de cualquier traba técnica, la banda de Seattle tiene un repertorio tan poderosamente evocador y muestra tal entrega y mimo con sus canciones que cuesta horrores poner reparos. Sin apenas respiro para encajar sus cerca de veinte números, su setlist estuvo mucho mejor enfocado que el que pudimos ver en el pasado Primavera Sound, y dinamizaron mucho más el show intercalando temas más agitados como ‘Mykonos’ o ‘Battery Kinzie’ entre los de corte más reposado. También acertaron al no esperar mucho para sacar a la palestra ‘White Winter Hymnal’ o ‘He Doesn’t Know Why’, sus temas más populares entre un público que los celebraba con un fervor no tan lejano al que puede verse en un show de Coldplay o Arcade Fire, por poner dos ejemplos. Los designios del fenómeno fan son inescrutables. Sin embargo, también cabe señalar que los momentos más memorables llegaron cuando mostraron cómo crecen en vivo cortes más discretos a priori como ‘Sim Sala Bim’ (enlazada magistralmente con ‘Your Protector’) o ‘The Shrine / An Argument’, siendo imposible no pensar en su maravilloso vídeo máxime cuando las proyecciones de paisajes nevados y juegos geométricos y cromáticos también tenían el sello de Sean Pecknold, hermano de Robin que, sin apenas mediar palabra en todo el show, nos obsequió con un nuevo tema ‘I Let You’ (habitual en la gira) antes de enfilar una recta final culminada con la inevitable ‘Helplessness Blues’ como gran colofón.
Veteranos en un cartel de artistas bastante más jóvenes, Superchunk siguen gozando de una enorme aceptación tras su vuelta a la actividad hace dos años, que después del EP ‘Leaves In The Gutter’ se acabó plasmando en el excelente ‘Majesty Shredding’ (2010). Último de los grupos en actuar el viernes en la sala San Miguel del Palacio Vistalegre, los de Chapel Hill dieron, como es habitual, lo mejor de sí mismos en un concierto soberbio, con unas ganas que ya quisieran muchos debutantes tener. Se lo pasaron bien y nos lo hicieron pasar mejor aún con himnos indie rock como ‘Watery Hands’, ‘Seed Toss’, ‘Skip Steps 1 & 3’ o ‘Driveway To Driveway’. De las más recientes sonaron ‘Crossed Wires’, ‘Digging For Something’ o ‘Rosemarie’. Si la euforia era ya considerable, la locura se desató cuando nos regalaron ‘Precision Auto’, ‘Hyper Enough’ y la grandísima ‘Slack Motherfucker’, con el público coreando a viva voz y Mac McCaughan dando saltos por el escenario. Filosofía, carrera musical y actitud intachables. Y suma y sigue.
Mucho se ha hablado del concierto de John Maus, cuya crónica no pudimos evitar avanzar el pasado sábado después de asistir a su show estupefactos, pero el concierto que le precedió, de Gary War, le anduvo a la zaga, resultando perfecto telonero para lo que se venía encima. También perteneciente al círculo de amigos de Maus y Ariel Pink y sólo con una guitarra eléctrica y un montón de bases pregrabadas, War presentó sus canciones detrás de una nube de humo que no permitía ver nada, con un sonido que uno de los asistentes y comentaristas habituales de nuestro site, Tiri no se adapta, describió de manera inmejorable: «suena como cuando te estás yendo de un festival pero sigues escuchando el escenario de lejos». Era muy difícil prestar atención.
Después vendría el gran protagonista del día. Todavía el domingo se escuchaba a gente hablar de su «concierto» en el metro o a la entrada y a la salida de los conciertos. Quien más, quien menos, todo el mundo te preguntaba qué te había parecido John Maus. Maus no quiso que habláramos de las fantásticas canciones de ‘We Must Become The Pitiness Censors of Ourselves‘. Aunque llegaron a sonar ‘And The Rain’ o la apocalíptica ‘Believer’, era imposible atenderlas mientras el tipo doblaba la voz pregrabada muy a duras penas e intentaba automutilarse dándose golpes en el pecho y la cabeza, agitando su pelo tipo casco arriba y abajo y gritando «aaaaaah». Ni siquiera las dejaba terminar. Cuando se cansaba se agachaba y pasábamos a la siguiente pista.
La gente pasó de mirar asombrada a tirar Risketos, ducharle con un vaso de cerveza o vitorear. Hubiera sido insufrible presenciar esto durante 90 minutos, pero la media hora que duró no se pudo hacer más corta (mucho más que la mayoría de conciertos del festival). Aunque alguna gente abandonara, es justo reconocer que fue una minoría (estábamos por atrás y la sala no se vació en absoluto, como sí sucede otras veces). Casi todo el mundo permaneció hipnotizado preguntándose lo que este bello profesor de Filosofía nos había querido decir. Aun a sabiendas de lo que suelen ser sus shows en cualquier lado, es imposible no pensar que un festival de estas características, tan arty, que cuenta con la complicidad de un lugar llamado «Círculo de Bellas Artes» y en el que para más inri, tuvo lugar este concierto, es el contexto perfecto para presentar un espectáculo así y hacer plantearnos cosas. Máxime después de haber hecho el esfuerzo de subir a pie trescientos cincuenta y ocho grupos de majestuosas escaleras para terminar… ¿siendo estafado o todo lo contrario? Raúl, Sebas, Quietmansmiling.
Foto: Mariano Regidor (Primavera Sound)