El proyecto resultó sospechoso desde el principio. El poco atractivo título de la película, el guionista -Randy Feldman (‘Tango y Cash’)- y la pareja protagonista -José Mota y Salma Hayek- hicieron torcer el gesto hasta al más entregado fan del director. Nunca una película de Álex de la Iglesia había provocado tanta pereza. Y con razón. En ‘La chispa de la vida’ el ex presidente de la Academia
se ha quitado el disfraz de payaso enloquecido y se ha puesto el mono de pintor de brocha gorda. El resultado es una película pintada con buena voluntad pero ensuciada con salpicaduras de metáforas gruesas y goterones en forma de toscos diálogos. Cada diatriba en voz alta de José Mota parece una llamada de auxilio del director para que vuelva Jorge Guerricaechevarría a escribir sus películas.Tras un prometedor comienzo, donde asistimos al humillante peregrinaje en busca de trabajo de un parado de larga duración, la sátira empieza a perder eficacia por culpa de un discurso falto de toda sutileza y matices. La loable defensa de la dignidad y la denuncia de la situación de crisis actual, simbolizada en el personaje atrapado de Roberto (un correcto José Mota), se acaba diluyendo por culpa de un exceso de personajes caricaturescos (esos hijos, ese Juanjo Puigcorbé rodeado de pelanduscas), una dirección anodina y una tendencia cada vez más acusada al subrayado discursivo. Álex de la Iglesia se mira en el espejo de Berlanga, de ‘El Gran Carnaval’ (Billy Wilder, 1951) y de ‘La cabina’ (Antonio Mercero, 1972), pero solo acaba reflejando sus peores defectos como cineasta. 4.