Aunque hay una pequeña diferencia. ‘No habrá paz para los malvados’ y ‘Celda 211’ son igual de buenas. Dos notables ejemplos de cine de género, de thriller, que tan difícil es encontrar en el cine español. La diferencia es que Daniel Monzón tenía enfrente a la peor película de Amenábar, mientras que Enrique Urbizu tiene a una de las mejores de Almodóvar.
‘No habrá paz para los malvados’ no solo comparte género y calidad con ‘Celda 211’, también el hecho de tener como protagonista a uno de los personajes más memorables del cine español reciente. Del presidiario de voz ronca Malamadre al policía macarra y autodestructivo Santos Trinidad. José Coronado realiza el mejor papel de su carrera en este thriller seco y vigoroso, que empieza como la novela de Chester Himes ‘Corre, hombre’ (Plaza & Janés) y acaba como un viaje, sucio y aceitoso, por las grietas de las instituciones que velan por nuestra seguridad. Como todo buen ejemplo de género negro, ‘No habrá paz para los malvados’ utiliza un argumento policiaco para atrapar al espectador en una intriga, en una investigación, para luego hacer surgir por sus pliegues un discurso social, una reflexión sobre los aspectos más turbios del mundo en el que vivimos.
Para ello Urbizu y su habitual guionista Michel Gaztambide (‘La caja 507’, ‘La vida mancha’) ponen en marcha tres líneas narrativas. Las dos primeras tienen como protagonistas a dos personajes opuestos: el policía Santos Trinidad y la jueza Chacón, la pasión contra la razón, la acción física contra la verbal, el hombre acabado de ominoso pasado contra la brillante funcionaria de prometedor futuro. Dos líneas narrativas, dos formas de llevar a cabo una investigación, y una espléndida manera de narrar. Urbizu demuestra su enorme talento para la gestión dramática y la dosificación de la información contándonos una historia con los mínimos datos posibles. Ni subrayados, ni digresiones ni, por supuesto, explicaciones de carácter psicologista. El director juega con la ambigüedad y el misterio, apelando a la inteligencia del espectador para que rellene esos huecos que se pierden por el camino.
La tercera línea narrativa, y más cuestionable, tiene como protagonistas a los terroristas islamistas. Quizá sea el fallo más evidente de la narración. De repente, el punto de vista se rompe y las costuras dramáticas saltan en pedazos. Después de conseguir que el espectador esté más de una hora con la boca abierta siguiendo las (des)aventuras de Santos Trinidad, es inevitable que tuerza el gesto ante este discutible meandro narrativo. Una pequeña mancha que no enmascara los muchos méritos de una de las mejores películas españolas de la última temporada. 8.