Me costaría creer que Cranberries han grabado un disco para contentar a la crítica porque esa es una guerra que tienen perdida de antemano. Nunca tocarán en los Grammys. Sin embargo, este sexto álbum, el primero en once años, que han vuelto a grabar con Stephen Street (Smiths, Morrissey, Blur, sus dos primeros discos y el quinto) satisface casi plenamente al fan que detestase excesos metaleros tan vacuos como ‘New New York’. En casi todos los sentidos, reconduce una carrera que se podría haber perdido por terrenos tan pantanosos como el segundo álbum en solitario de Dolores O’Riordan, de 2009.
Noel Hogan, guitarrista y co-autor de las canciones junto a Dolores, no impregna el disco de toda la modernidad que dice escuchar (en Twitter cita a diario The xx, Beach House, etc), pero sí parece haber crecido musicalmente, incorporando parte de los tímidos arreglos electrónicos de su disco en solitario como MonoBand, palpables especialmente en ‘Fire & Soul’ y ‘Waiting In Walthamstow’, que parece influida por el trip-hop; y sobre todo realizando un ejercicio de contención que no se veía en la banda desde 1992.
Como resultado, ‘Roses’ es, efectivamente, el disco menos «llenaestadios» de la carrera de Cranberries, aunque también el más exento de hits y clásicos. El single ‘Tomorrow’ funciona simplemente como su típico número optimista, ‘Conduct’ intenta ser épica hablando de una relación que no funciona pero sólo lo consigue en un 70%, mientras ‘Show Me The Way’, que como adelanto espantaba más que atraía, cumple una función transitoria clave como puente en la segunda parte del álbum, pero no deslumbra de manera independiente y ‘Roses’, la canción, tiene un final algo improvisado. ¿Por qué estamos entonces ante un disco notable?
La razón no está tampoco en los textos. Dolores, que suele jactarse y con parte de razón del encanto de sus letras llanas y directas (‘Empty’, ‘Shattered’, ‘Linger’, ‘Dreams’), confunde esta vez sencillez con pereza y el grupo se queda por este motivo a las puertas de haber firmado su esperado álbum de madurez, inencontrable en unas rimas tan fáciles como «raining in my heart / everytime we fall apart». Sin embargo, en la sensación de conjunto, en lo musical, parece difícil imaginarles en un entorno más apropiado. Hay un predominio claro de las guitarras acústicas, que siempre se les dieron mejor, sobre las eléctricas; las cuerdas, acordeones y arreglos ocupan un lugar mucho más discreto que en ‘To The Faithful Departed’; incluso las canciones que levantan el vuelo como ‘Losing My Mind’ o ‘Astral Projections’ (esta última literalmente), terminan en susurro y hasta la voz de Dolores molestará menos que nunca a sus «haters». Toda la instrumentación parece por fin la adecuada para unas composiciones frágiles y emocionantes, que buscan el optimismo (‘Tomorrow’) y se recrean en la felicidad (‘So Good’), pero se dan de bruces con la realidad, como sucede en esas flores que se pudren y mueren en el tema central. Dolores O’Riordan no es la mejor compositora sobre la faz, pero cuando se cierra el disco con la sequedad de ‘Roses’ y vuelve a tratar veladamente el cáncer de su padre -que ha arrastrado durante dos discos, recientemente fallecido- entonando un triste «¿Cómo lo conseguiré sin ti? ¿Cómo voy a seguir adelante sola?», el mundo calla. O debería.
Calificación: 7/10
Lo mejor: ‘Tomorrow’, ‘Roses’, ‘Schizophrenic Playboy’, ‘Astral Projections’
Te gustará si te gustan: el primero del grupo y de Dolores en solitario
Escúchalo: Spotify, próximamente.