Dicen que cuando el dinero entra por la puerta, la creatividad salta por la ventana, y el cántabro no rompe la regla. Después de su ambicioso, enrevesado e irregular debut con ‘Los Cronocrímenes‘, Vigalondo ha hecho suyo el mantra del «simple is better» pariendo un filme digno de entrar en el top de los bajos presupuestos mejor aprovechados de la historia.
Porque lo valiente no es hacer una película llamada ‘Extraterrestre’ en cuyo metraje no aparece un puñetero alienígena, hay decenas de ejemplos de buen cine que no enseña nada. ‘Encuentros en la tercera fase’ de Spielberg, sin desviarse demasiado de la temática. No, lo valiente es atreverse a contar una historia casi totalmente encapsulada en un apartamento del centro de Madrid y conseguir que el espectador no sienta claustrofobia.
De ello tiene gran culpa no sólo la acertada narrativa visual de la que hace gala Vigalondo. Trucos y técnicas que no servirían de nada si no estuvieran sustentadas por un excelente guión que, bajo la apariencia de comedia ligera, y como todo buen título de este género, esconde debajo multitud de lecturas. Incluso las más amargas.
Que sí, que al principio uno puede creer que está viendo un sketch largo de Muchachada Nui (más por la presencia de Raúl Cimas y Carlos Areces que por otra cosa), pero en ocasiones aparece en escena un toque ácido y violento que recuerda al mejor Álex de la Iglesia, con la suerte de que allí donde el vasco pierde el control, Nacho pisa el freno para que el coche no se salga de la carretera.
Una maniobra digna de alabanza en una película en la que el espacio que otras reservarían para criaturas animadas por ordenador lo ocupan, literalmente, decenas de pelotas de tenis y un tarro de cristal tamaño familia numerosa de melocotón en almíbar. 8,5.