Tampoco hay que dejar de lado la atracción que tiene Portugal para el público extranjero. La organización cifra en un 50% la asistencia de público foráneo, pero vamos a obviar el dato y atrevernos a decir que la proporción portugueses/españoles/ingleses estuvo bastante igualada. No es para menos: Porto es una ciudad bien comunicada, con facilidades y muy, muy barata. Demasiado. Dentro del recinto, los precios provocaban estupefacción y alguna risa (3,50 € el medio litro de cerveza). Y además, vamos a meternos en camisas de once varas, uno se queda siempre con esa percepción de que el público portugués es mucho más respetuoso y está más interesado en lo estrictamente musical de los festivales que el español. Es así. ¿Es así?
El recinto merece un capítulo entero de halagos: bien organizado, claro e intuitivo, con zonas verdes de sobra y posibilidad de aparcar prácticamente en la puerta. Cuatro escenarios, todos ellos a menos de tres minutos andando (a tres minutos reales); tres de ellos (el Primavera y el Optimus, paralelos, y el ATP) naturales, enormes y en cuesta, con buena visibilidad desde cualquier punto; y el Club, llano, con carpa pero demasiado pequeño como para programar allí a grupos que son ya masivos como Beach House o, en menor medida, Neon Indian. Quizás lo ideal sería que el escenario ATP no estuviese tan pegado al Primavera y al Optimus (los Kings of Convenience lo tuvieron difícil para sonar por encima de Dirty Three), pero en general el Parque da Cidade es el sitio que toda organización desearía para su festival.
Como también desearían poder controlar la climatología, claro. El viento frío que empezó a soplar el viernes al ponerse el sol no auguraba nada bueno para la jornada del sábado. Y así fue que diluvió, y de repente desapareció todo lo que tenía de idílico el recinto, impracticable en algunos sitios a causa del barro, más cuando el único espacio cubierto disponible para el público, el escenario Club, tenía una de sus mitades inundadas. Para colmo, el momento en el que más agua caía coincidió con la entrega de entradas de los conciertos del domingo, para lo que se formó una cola monumental que soportaron muchos valientes que, aun a riesgo de pulmonía, no quisieron quedarse sin butaca. Con todo, y a pesar de que la cancelación de Death Cab For Cutie hacía temerse lo peor, el Primavera siguió su curso más o menos normal. Donde el día anterior la empresa patrocinadora había regalado manteles, el sábado hizo lo propio con chubasqueros (convertido, sin querer, en el símbolo del festival) y no fuimos pocos los que aguantamos bajo la lluvia para ver a Spiritualized (imaginad los ciento diez minutos de ‘Hey Jane’ en esas condiciones…), aunque también es cierto que, después, el concierto de The Afghan Whigs nos pilló a muchos de vuelta al hotel en busca de ropa seca para poder aguantar el resto de la noche. Mejor suerte corrieron Mujeres, Veronica Falls o Baxter Dury, que tocaban bajo techo y probablemente convencieron a más de uno que no se había planteado ni verlos en otras circunstancias.
Cumplieron Yo La Tengo, esta vez no tan apagados como en Barcelona (de hecho nuestros oídos agradecieron el cambio de tercio con unos simpáticos Tennis, que no sabemos si algunos interesados se perdieron por culpa de un error en los horarios); The Flaming Lips, a pesar del desgaste del repertorio de siempre y del cansino recurso al confeti, a los globos y demás zarandajas; y Rufus Wainwright, a pesar de su evidente desgaste físico (siempre tan él, dijo amar Porto por, entre otras cosas, “sus librerías”). Por encima de la media, que fue muy alta, destacar el show de los Black Lips, loquísimo (sigo sin tener muy claro qué pasó sobre el escenario en ese atropelladísimo final) y el de Chairlift, confirmando su buena racha.
Foto: Hugo Lima para Optimus Primavera Sound.