Lo que ninguno podemos negar es lo acertado de haber titulado ‘Una pistola en cada mano’ este retrato de la realidad masculina y su implícito patetismo. Porque de esto va la película, de mostrar cómo los hombres, todos, caminamos por el mundo pensando que somos John Wayne. Arrogantes, chulos, siempre dispuestos a desenfundar ante cualquier problema sin darnos cuenta de que como adversarios, a la hora de la verdad, no tenemos ni media hostia. No al menos ante enemigos tan poderosos como esas inseguridades y miedos de los que no hablamos ni con nuestro mejor amigo sabiendo que si lo hacemos, nos derrumbamos.
Precisamente en ese punto, haciendo equilibrios al borde del abismo, están todos los personajes masculinos que desfilan por esta película. Algunos, como es normal, más creíbles que otros según sea el actor encargado de darles vida. Así, por ejemplo, resulta imposible no empatizar con los retratos de Javier Cámara, Leonardo Sbaraglia, Eduard Fernández, Ricardo Darín o Luis Tosar, mientras que los problemas de Jordi Mollá y Alberto San Juan con Cayetana Guillén Cuervo y Leonor Watling te dan más igual. Mención especial se merece la pareja accidental de Candela Peña y Eduardo Noriega. Sobre todo ella, igual de espectacular que siempre y haciéndote preguntar por qué no se deja ver más en pantalla grande.
En definitiva, un preciso trabajo de dirección actoral digno de una ingeniería que, por desgracia, desluce por culpa de una estructura demasiado artificial y una puesta en escena tan teatral que recuerda, y mucho, a Ventura Pons. Y que con esto cada uno entienda lo que quiera. 6,5.