¿Por qué entonces persiste esa sensación de que 2012 no ha sido tan bueno para la música? Dejando el mercado nacional a un lado, que analizaremos -esta vez sí- aparte, quizá una de las claves sea que los artistas, en directa connivencia con el público, renuncian a dar protagonismo en sus giras a sus nuevas canciones, dejando, con un gesto muy conservador, que sean sus viejos éxitos los que solventen la papeleta. Han sido los casos de gente como Saint Etienne, Sigur Rós o Bob Dylan (suponemos que la próxima gira de Pet Shop Boys irá por caminos semejantes). Todos ellos, pese a volver con muy buenos discos bajo el brazo, no han apostado por ellos, propiciando una recepción más tibia de lo que merecen. Dead Can Dance, por contra, optaron por una vía intermedia que funciona de forma excelente y de la que el resto podría tomar nota. Por otra parte, los nuevos discos de grupos como The Killers o Scissor Sisters han sido bastante decepcionantes, contribuyendo poco a animar el cotarro.
Un hecho constatado es que los grandes triunfadores de 2012 solo han necesitado de singles para triunfar. Los largos de Carly-Rae Jepsen o Gotye han pasado totalmente (y con razón) desapercibidos más allá de contener sus canciones estrella, y nadie se plantea cuándo PSY llegará a publicarlo (mejor no, podría ser una masacre). Pasados los 90 y la primera década de este siglo, resulta curioso cómo el mercado, ya desde la pasada década, ha ido claramente virando hacia el formato single (digital, claro), el mismo que en los años 50 y 60 triunfaba muy por delante del de los álbumes. Así las cosas, los artistas debutantes no parecen especialmente interesados o necesitados de publicar discos largos o EPs para atraer la atención de su público potencial. Grupos como Saint Lou Lou, Rhye, Rudimental, A*M*E, AlunaGeorge o Haim parecen, por el momento, funcionar mucho mejor en formato pequeño. No en vano, uno de nuestros discos favoritos del año, el de Calvin Harris, es prácticamente una recopilación de singles previos.
Y es que apenas Lana Del Rey y Alt-J, cada uno en su parcela, han logrado entregar debuts consistentes en toda su extensión y al mismo tiempo mostrar cierto potencial comercial. Por eso 2012 destacará por ser el año en que propuestas en crecimiento como Beach House y The xx se han consolidado definitivamente, convenciendo con rotundidad a público (que ha llenado con creces los escenarios en que se han presentado) y crítica. Lo mismo ha ocurrido, aunque con menor repercusión, en propuestas tan dispares como Perfume Genius o Crystal Castles.
En 2012 también se ha forjado aun más la corriente de un nuevo pop del siglo XXI, uno que trasciende etiquetas aunando pasado y futuro y logra emocionar a toda clase de públicos con estribillos implacables sin renunciar a cierto riesgo y personalidad. A la cabeza de esta esperanzadora troupe se han situado Hot Chip, que inexplicablemente no son número 1 por todas partes, y Passion Pit, en clara ascensión y a los que confiamos que la enfermedad mental de su líder no juegue una mala pasada. Tras ellos, otros artistas eclécticos y capaces de satisfacer tanto a públicos eruditos como hedonistas, han emergido este año: Purity Ring, Chromatics, Chairlift, iamamiwhoami, Grimes…
El rock norteamericano más aguerrido está lleno de vitalidad y en buena forma, como han demostrado los notables trabajos de Cloud Nothings, Japandroids, Titus Andronicus o DIIV. En una faceta más iconoclasta y personal, Grizzly Bear, Dirty Projectors y Liars, también han brillado. Aunque, por contra, el rock británico, otrora una mina de interesantes banda emergentes, se ha tenido que conformar con buenos trabajos, aunque sin aspavientos, de The Vaccines, The Maccabees y Two Door Cinema Club. Mumford & Sons, por su parte, siguen vendiendo muchos pero aburridillos discos. Únicamente los debutantes Jake Bugg y los mencionados Alt-J han logrado aportar interés a una escena en la que lo mejor ha venido de veteranos como Jason Pierce, con el magnífico ‘Sweet Heart Sweet Light’.
En cuanto a la electrónica, parece que el panorama está en plena transición, inmerso en una especie de resaca post-dubstep, un género que deja claro su declive al ser recurso fácil igualmente para divas pop o bandas de metal escasas de ideas. Nos quedamos con que Scuba, Andy Stott y Daughn Gibson sí han aportado discos muy interesantes. También el hip hop parece vivir cierto momento de stand-by, tras el par de años triunfantes y renovadores de Kanye West, Jay Z y Drake. Kendrick Lamar y Killer Mike han logrado dar vida al género, aunque bien es cierto que lo han hecho recuperando en parte los viejos modos del gangsta rap. Pero sin duda es el R&B el género de la música negra que está en un momento álgido. A los fantásticos debuts de Frank Ocean y The Weeknd (su trilogía recopilada sigue teniendo total vigencia un año después) se han sumado los buenos álbumes de Miguel, Jessie Ware y How To Dress Well, que ponen de manifiesto una rica renovación de un estilo que ya parecía exclusivamente destinado al lucimiento de divas como Christina Aguilera o Mariah Carey.