¿Qué han hecho los hermanos Wachowski, junto a Tom Tykwer, en su adaptación? Romper y vulgarizar la estructura de la novela y uniformar su estilo. Han sustituido la concatenación de relatos por un convencional montaje en paralelo y le han dado la misma capa de pintura mainstream a cada uno. ¿El resultado? Una primera media hora confusa y arrítmica, un desarrollo insulso y tedioso, y una puesta en escena plana y grandilocuente. Algo así como reducir una novela ambiciosa y heterogénea a un bestseller fofo y ampuloso.
A esta discutible solución narrativa hay que añadir otra. Los directores han decidido que la mejor manera de que su película parezca importante es engolar la voz para enfatizar y amplificar un discurso que ya era bastante moralizante en la novela. En ese sentido, ‘El atlas de las nubes’ es como un sobre de azúcar: un producto básico al que le han añadido frases solemnes para entretenerte mientras te tomas el café. Una película congestionada por un falso trascendentalismo que va de lo mesiánico a lo neo-budista.
Pero en realidad, la decisión más importante tomada por los Wachowski no ha sido ninguna de las anteriores. La mejor decisión, la que permite al espectador aguantar tres horas sentado delante de la pantalla sin huir en dirección contraria a las salas donde pongan la película, es la de utilizar a los mismos actores para interpretar a varios personajes. El resultado es un tronchante desfile de narices postizas y lentillas de colores, una grotesca cabalgata de estrellas travestidas y untadas en látex. Un recurso que pretende ser la representación de un ideal transrracial y transgénero (¿tendrá algo que ver Lana en todo esto?) pero que más bien parece una defensa del reciclaje actoral en tiempos de crisis. Ah, la música está muy bien. 3.