“El arte es una cosa sucia, y no hay manera de lavarla sin que pierda su color”. Sobre esta cita del artista ficticio Jacobo Montes (¿alter-ego de Santiago Sierra?), sobre (y contra) esta concepción del arte contemporáneo, se articula la excelente novela de Miguel Ángel Hernández. El protagonista es un aplicado e introvertido estudiante de Bellas Artes, más interesado por la teoría que por la práctica, por lo conceptual que por lo material, que acaba convertido en el asistente del célebre Montes, ayudándole en la preparación de su nueva obra. El encontronazo entre el arte y la vida, entre pensar el arte y hacer arte, determinará su proceso de aprendizaje, convirtiendo una historia de iniciación en una de frustración.
Para el lector que le guste (o le disguste pero le interese) el arte contemporáneo, ‘Intento de escapada’ es un caramelo (envenenado), una gozosa, lúcida y muy ácida reflexión acerca de sus límites éticos y estéticos, y sobre lo que se esconde detrás de ciertas actitudes socialmente “comprometidas”. Por sus páginas aparecen leyendas del arte más extremo como Bob Flanagan o el faquir Musafar, referencias cómplices a clásicos de la historiografía como Panofsky o Danto, y esas “cuatro bes” que definen el gusto literario del protagonista (y del propio autor): Blanchot, Bataille, Beckett y Bernhard. También se detalla el proceso creativo de una obra de arte, con valiosas reflexiones al respecto, y se satiriza el mundo (o mundillo) académico y artístico de una ciudad de provincias (Hernández es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia).
Pero más allá de ese nivel de lectura, acerca del arte y sus alrededores, la novela funciona también muy bien como relato de iniciación, como vano “intento de escapada” adolescente, de deseo de frenar el mundo para fugarte de él. A pesar de cierta artificiosidad en los diálogos, sobre todo en los más costumbristas, y lo poco sutil de algunos recursos dramáticos, ‘Intento de escapada’ es una novela notable, una atractiva historia, contada de forma muy fluida, que incluye un giro metaliterario que recuerda al mejor Paul Auster. ¿Arte o vida? 8,5.