‘360’ (los distribuidores españoles han añadido ese “juego de destinos” por si acaso no había quedado clara la metáfora geométrica) está inspirada en ‘La ronda’ (Cátedra, 2004), la célebre obra de teatro de Arthur Schnitzler. Al igual que ésta, empieza en Viena y comparte su principal premisa narrativa: una “ronda”, un juego de influencias que va de personaje en personaje. Aunque, en realidad, su estructura dramática remite más al mencionado subgénero de historias entrelazadas que se hizo popular en las producciones “oscarizables” tras el éxito de ‘Vidas cruzadas’ (1993).
Pero ya no cuela. El “juego de destinos” narrativo como metáfora de lo global y lo interrelacional, la inclusión de estrellas como Jude Law, Rachel Weisz o Anthony Hopkins, o su vocación multinacional (de Viena a Phoenix, pasando por Londres, Bratislava o Río de Janeiro), no es suficiente para legitimizar artísticamente una película que tiene muy poco relevante que contar y que lo que cuenta lo hace de forma muy poco satisfactoria.
Lo mínimo que se le puede exigir a este tipo de propuestas es que los encuentros entre los distintos personajes, las relaciones que se establecen entre ellos, se produzcan de forma fluida y verosímil. Y no es así. Ver en las calles de Viena a una cándida chica eslovaca empezar una conversación con un ruso con pinta de mafioso y luego meterse alegremente en su coche (de mafioso) no es lo que se dice muy creíble. En ese sentido, el guión de Peter Morgan (autor, por otra parte, de libretos tan buenos como los de ‘The Queen’ o ‘El desafío: Frost contra Nixon’), está lleno de ese tipo de argucias, maneras poco sutiles de establecer vínculos con la única finalidad de hacer avanzar la acción, de dar vueltas al carrusel.
Afortunadamente, ‘360’ no cae en el tono solemne y el subrayado tremendista de títulos como ‘Crash’ o ‘Babel’, pero el resultado es tan tibio y su discurso tan insustancial, que la sensación es la de haber asistido a una atropellada y aburrida carrera de relevos sentimental donde cada personaje, cada adúltero con jet lag, le pasa el testigo al otro hasta llegar a una meta tan lejana que el espectador se ha cansado de esperar. 4,5.