Es por eso que sobre el papel, cuando leemos el argumento de ‘The Purge: La noche de las bestias’, todos sentimos la necesidad de ir al cine a ver de qué va eso. Nada nos gusta más que nos lancen nuestra mierda a la cara y encima pagar por ello. Es por eso que, sobre el papel, los productores decidieran apostar por el proyecto y dar luz verde para que James DeMonaco, casi un primerizo, fuera el director del libreto que también había escrito.
Un error si hacemos caso del resultado final del experimento, que a pesar de haber triunfado en la taquilla estadounidense y de haberse anunciado ya el rodaje de una secuela, se queda en nada cuando lo comparamos con todas las posibles tramas que cada uno habíamos desarrollado en nuestra cabeza antes de entrar en la sala.
Porque una de dos, o somos unos psicópatas en potencia, o los caminos escogidos por el director para hacer avanzar a sus personajes pecan de suaves y previsibles. Es verdad que cuando cuentas con un punto de partida tan potente y estimulante para la imaginación del espectador partes con desventaja. Es imposible satisfacer las expectativas de personas que han imaginado una película antes de que se la cuentes. Pero precisamente por eso lo ideal en estos casos es apartarse de convenciones y apostar por tramas que les dejen completamente descolocados. Perder el miedo al miedo. Dar el salto. No es el caso.
Que por mucho que de vez en cuando DeMonaco consiga crear atmósferas inquietantes que te obligan a poner en tensión tus músculos, el balance final de la experiencia es decepcionante. O al menos lo es para cualquiera que en su momento sufriera, en el buen sentido, con referentes evidentes como ‘La habitación del pánico’, ‘Funny Games’ o ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’. Títulos cuyos hallazgos narrativos son aquí copiados sin piedad para engañar al mismo público que pudiendo disfrutar del original, prefiere comprar imitaciones. 3,5