Artista: Mink DeVille
Título: Cabretta
Sello: Capitol (1977)
Ser el más raro de la escena musical de Nueva York en 1977 tenía su mérito, pero Mink DeVille lo consiguieron tras años de residencia en el club CBGB, no tanto por las pintas (difícil si te codeas con Lux Interior o Alan Vega), como por los fundamentos de su música. El reduccionismo de la historia juega malas pasadas, así que un lugar común tan habitual como “Mink DeVille no eran punk ni new wave” no es suficiente para explicar por qué eran únicos: en Nueva York en aquellos años casi nadie encajaba exactamente en esas casillas que tan convenientemente nos hemos inventado después. Y si no, ojo a la lista: Talking Heads, Suicide, B-52’s, Dictators, Cramps, Ramones, Blondie, Patti Smith, Television… Y sin embargo, Willy DeVille iba hacia otra parte. Lo que realmente hacía a su grupo único era esa mirada con los dos ojos puestos en el pasado, y no con uno en el pasado y otro en el presente (o incluso el futuro) como el resto. Los Ramones amaban el pop de chicas de los sesenta, y acorazando sus canciones con distorsión inventaron el punk-pop (y su, ay, interminable ejército de imitadores). Blondie también, actualizándolo con brío nuevaolero y revolucionando el concepto de grupo de pop. Suicide, amantes del rockabilly y el bubblegum, los reconstruyeron con sintetizadores y «slap echo» histérico. Hasta los Cramps, auténticos recicladores del pasado, adulteraron dos décadas de historia de la música a ritmo de psychobilly. Pero Willy DeVille no. Willy se las arregló para que el legendario Jack Nietzsche (arreglista de Phil Spector) produjese sus dos primeros discos y consiguió aliarse con el mítico compositor del Edificio Brill Doc Pomus para escribir canciones juntos. Así que si en algo fue un adelantado sería en esa mirada romántica al pasado tratando de reproducirlo, un enfoque que si no era pura «retromanía» antes de que se inventase el término, que venga Simon Reynolds y lo vea.
Pero claro, en el 77 los estudios no sonaban como en el 63. Ni había, como ahora, tecnología digital para poder emularlos. De manera que, en su empeño purista por recuperar el espíritu de los Drifters, las Shirelles, los Rolling Stones y el Tex-Mex, Mink DeVille parieron un disco que a pesar de todo sigue sonando (gloriosamente) a finales de los setenta: baterías claras y secas, guitarras en tu cara, nítidas mezclas de multipistas. Lejos del expresionismo monofónico y operístico del Muro de Sonido, esto era más bien un detallado grafitti urbano en la pared, directo, romántico y descarado. Así suena, esencialmente, ‘Cabretta’.
Un disco que se abre de manera mágica: ‘Venus of Avenue D’. Si al que suscribe le obsesionan los primeros temas de los LPs, este comienzo es seguramente el más sublime que conozco. Hermoso título callejero, neoyorquino, y compases iniciales que son como un catálogo de sonidos sexys: batería contenida, perfecta, una línea de bajo inolvidable, chasquidos cadenciosos, y el efecto cristalino y ensoñador del vibrato en guitarras y piano Fender Rhodes. Pura magia. Y, claro, la voz del joven Willy, seductora, definitiva: «I see you walking down the street, looking good enough / she’s my inspiration dressed in red, she’s spinning all my friends’ heads», cantando a la reina de su manzana, medias de seda y vestido ceñido. Y entonces, en el minuto 1:12, un puñetazo de estribillo que convierte la canción en rock ‘n’ roll con piano estilo barrelhouse, guitarras que de repente arañan, y el rugido de garganta negra de DeVille (‘She’s the queen of my block’).
La segunda canción es toda una declaración de curriculum vitae musical: una versión de ‘Little Boy’, que el mítico dúo de compositores Jeff Barry y Ellie Greenwich compusieron en 1964 para las Crystals (producidas por Phil Spector), que DeVille y Nietzsche convirtieron al sonido Spanish Harlem haciéndola parecer casi una producción de Leiber y Stoller para los Drifters, a base de vibráfono y guitarras acústicas. ‘Little Girl’ es, pues, una exquisitez que mejora sin duda la original, con la primera aparición además en el disco de los entrañables Immortals, con unos coros de (e)spectral eco. El contraste con la siguiente canción, la cruda ‘One Way Street’ revela también con prontitud una de las cosas que hacen a este ‘Cabretta’ tan especial: un cóctel mágico que alterna rock ‘n’ roll callejero y romanticismo de chulo perfumado a la sombra del Edicifio Brill. ‘One Way Street’ suena a anfetaminas, a rabia callejera, como un Lou Reed menos intelectual y más R&B, una canción en la que brillan además los guitarrazos del gran Louie X. Erlanger (¡qué nombre!), especialmente en unas guitarras con slide al que Jack Nietzsche aplicó unas alienantes reverbs invertidas.
‘Mixed Up, Shook Up Girl’ es la siguiente joya:
Una canción sobre una chica confusa y turbada, yonki, que vuelve a sonar al R&B latino de la Atlantic (sello con el que Mink DeVille acabarían grabando tres años después), con precioso piano, y otro paso más hacia ese ‘pachuco-rock’ con el que DeVille definiría más tarde su música. Ben Edmons relata en las notas del recopilatorio ‘The Mink DeVille Collection’ que Jack Nietzsche puso los másters del disco después de grabados a Mick Jagger y que después de un cierto desinterés por las canciones que escuchaba, quedó hechizado cuando sonó ‘Mixed Up, Shook Up Girl’ y bailó cadencioso en el estudio mientras la escuchaba en silencio, un momento sin duda mágico que Willy relataba siempre con orgullo.
Y claro, en la alternancia propia del disco, la cara A concluye con otro balazo de rock callejero: ‘Gunslinger’ recuerda a Johnny Thunders y a los Rolling Stones (¡esos coros!) y es el reflejo musical del lado macarra de Willy, muy acorde con su look de chulo de barrio. Una imagen por cierto en la que tuvo mucho que ver alguien de quien se habla poco cuando se cuentan las raíces de Mink DeVille: Toots, la primera mujer de Willy, quien al parecer fue quien estaba detrás de su look y su estilo. No cuesta creerlo viéndola: pelo a lo Ronettes, raya en el ojo, piercings en la nariz (¡en 1975!), casi una predecesora de Amy Winehouse, y sin duda más salvaje. Según Doc Pomus era una mujer peligrosa si se acercaban a su hombre: una vez apagó un Marlboro en el ojo de otra mujer por esa razón, y sacaba la navaja con facilidad. Hasta Diego A. Manrique mencionó hace poco el encontronazo que tuvieron con ella Radio Futura cuando fueron a ver tocar a Willy mientras grababan en Nueva York. Por desgracia cuentan que Toots fue también quien inició a Willy en la heroína, un lastre constante en su carrera ya desde este primer disco.
La cara B se abre con una canción de soul extraordinaria, ‘Can’t Do Without It’, con emocionante estribillo de órgano Hammond y arpegios mágicos, y con un solo de saxofón para completarlo:
Canción compuesta por Willy DeVille, como el resto del disco, salvo las dos versiones: la ya mencionada y la que sigue, el ‘Cadillac Walk’ de Moon Martin, una excelente pieza que al parecer Jack Nietzsche trajo a las sesiones del ‘Cabretta’ y gustó a Willy. Acabaron grabándola por cierto antes que el propio Martin, quien debutaría en 1978. Vuelve a ser un tema de sonido «peligroso», con excelente respaldo de esa banda que en la contraportada parecía un grupo de gángsters. Ese ‘Mi chica camina como un Cadillac’ encajaba sin duda como un guante a un grupo que escogió su nombre inspirado en un Cadillac modelo DeVille con tapicería de visón (y el título del disco, ‘Cabretta’, inspirado en la suave piel de una chupa que solía llevar Jack Nietzsche).
En la mitad de esta segunda cara nos encontramos con la canción más conocida del disco y, para muchos, de Willy DeVille: ‘Spanish Stroll’. Una pieza irresistible de rock latino antes de que el término se corrompiera, con castañuelas y guitarras españolas, pero también piano y guitarras de rock ‘n’ roll, y con una melodía que es de los grandes hallazgos compositivos de DeVille en este disco.
Una canción extraordinaria, sí, pero volviendo al argumento del principio del artículo: ¿se podía hacer algo menos «trendy» en 1977 en Nueva York? ‘Spanish Stroll’ fue single, y llegó al Top 20 en el Reino Unido y al nº 3 en Holanda, poniendo los cimientos de lo que sería el sino de su carrera casi desde el principio: éxito de crítica y público en Europa y desinterés generalizado en su país de origen. Como escribió alguien cuando DeVille murió hace ya 4 años, “Willy DeVille is America’s loss even if America doesn’t know it yet”.
‘She’s So Tough’, quizá dedicada a la dura Toots, es otra de las joyas ocultas de este disco: soberbias guitarras mordientes y Hammonds en los estribillos, y estrofas sosegadas, cadenciosas, en exquisita alquimia. Una canción además concisa en duración (2:47) y arreglos: porque puestos a decidir que sólo haya un solo de guitarra en todo un disco, no podía ser más hermoso y económico que los 17 segundos que dura.
Lo cual nos conduce al cierre, ‘Party Girls’: otra canción sobre chicas, pero que en realidad va de chicos: una oda a aquellos que sueñan con acompañar a una chica a casa al final de la fiesta. Como he dicho al principio, las canciones melancólicas de este disco son de un romanticismo exacerbado… una actitud que con canciones tan redondas como esta no es que se sostenga, es que exuda verdad y drama en cada compás. Desde el comienzo, con ese delicado piano eléctrico, hasta la aparición final del acordeón fronterizo que acechaba a cada esquina del disco sin acabar de presentarse.
En ese final emocionante, la voz de Willy DeVille suena más frágil que nunca: “Y entonces me mira, y me dice que se va a casa / Y yo me digo ‘no quiero estar solo’ / Así que la tomo del brazo y la llevo a casa / Eso es lo que voy a hacer»… y en un precioso crescendo, casi como en una película, acaba este primer disco de Mink DeVille. En el resto de su carrera habría canciones mejores, podría que argumentarse que incluso elepés, pero ninguno con la magia en exótico color naranja de este sensacional ‘Cabretta’.