Eres tú, espectador supuestamente abierto de mente, viajado, moderno y hasta criado por un grupo de lesbianas en tu adolescencia el que de repente descubre que se incomoda viendo dos mujeres practicando sexo oral, gimiendo, haciéndose dedos o frotándose en largos planos que retratan el acto más íntimo al que puede enfrentarse una pareja. Secuencias totalmente justificadas en este retrato del despertar adolescente llevado hasta su última consecuencia que pone en evidencia que ellas, que también existen aunque a veces no lo parezca, necesitaban de una puñetera vez que alguien rodara una historia que normalizara lo normal. Que pusiera su realidad sobre la mesa para mostrar su verdad incómoda. Y de verdad, la ganadora de la Palma de Oro en el último Cannes, va sobrada. Gracias a Léa Seydoux y, sobre todo, gracias a Adèle Exarchopoulos, que aguanta con su mirada, sus lágrimas y sus babas el peso de este viaje que destrozaría a cualquiera. Ella es la verdad por encima de todas las cosas.
En cualquier caso, sólo por su labor social, la existencia y el visionado de esta película merecería el aplauso. Pero lo cierto es que Kechiche va mucho más allá, desde luego más de lo que se permitió Julio Medem con ‘Habitación en Roma,
para hacer de su película no ya un retrato al detalle de lo que significa el amor homosexual, que también lo es, sino del amor universal. Así de simple y así de grande.Cualquiera que compre una entrada saldrá sintiendo que ha viajado en el tiempo para revivir su primer amor, pero no uno cualquiera, sino el de (otra vez la misma palabra) verdad. El mismo que hace que te pese el corazón tras un flechazo adolescente cruzando un semáforo. El que te vuelve inseguro y al mismo tiempo eufórico. El que te hace perder la noción del tiempo besándote en un banco en el parque. El que vuelve tu mundo del revés. El que te hace feliz por conseguirlo y, tarde o temprano, irremediablemente infeliz por lo mismo. El que marca lo que serás el resto de tu vida mientras te alejas vestido de azul con tus mejores galas. ¿Recuerdas cómo el principio de ‘Up’ tocaba la fibra sensible de cualquiera porque cualquiera sentía que esa podía ser su historia? Pues ‘La vida de Adèle’ es lo mismo pero en lugar de durando 10 minutos, durando 180.
¿Larga? Realista en todo caso. El nivel de detalle es tan grande que al final, aunque lo parezca, nada sobra. Ni las comidas en las que se mastica con la boca abierta, ni las conversaciones más largas e intrascendentales llevadas a cabo durante un viaje en autobús, ni los desvaríos mentales intentando explicar la historia del arte y, por supuesto, tampoco las largas secuencias sexuales. ¿O acaso follar no es algo a lo que todos dedicamos tiempo en una relación para retrasar la llegada del aburrimiento? 9