‘Hospice‘ es uno de esos discos cuya escucha no puedes afrontar cada día de tu vida por su crudeza, pero que cada vez que te cruzas en una estantería te revuelve las tripas. Un álbum capital no sólo por su trasfondo conceptual, el de una joven que muere de cáncer, una historia con dobles lecturas y matices sobre la que en años siguientes hemos ido averiguando más (la analogía del cáncer con una relación disfuncional, el carácter abusivo de la protagonista); sino por la calidad de las canciones y lo adecuado de su producción tan pronto épica como comedida, en perfecta comunión con lo que se quería expresar: la violencia y la calma dentro de la relación, la violencia de una enfermedad que te devora y la calma de la nada después de la muerte.
El marrón de superar aquello artísticamente no hubo de ser nada comparado al infierno por el que seguramente tuvo que pasar el grupo al revivir aquellas letras cada noche de gira, y el siguiente disco, ‘Burst Apart‘, más ambiental, dejaba media decena de canciones también notables, pero en otras quedaba claro que The Antlers no iban a ponérselo fácil al público, que no buscaban ser la nueva banda llenaestadios a lo The National o Arcade Fire. ‘I Don’t Want Love’ era un gran tema, sí, pero no al modo de un ‘Bloodbuzz Ohio’ o un ‘Ready to Start’.
The Antlers publican ahora otro lanzamiento más, ‘Familiars’, y repite la línea arisca: el grupo pega un giro estilístico y no para buscar ser más accesible. Más bien todo lo contrario, como si lo que quisieran fuera reencontrarse con el momento de intimidad perdido antes de hacerse «famosos» y prefirieran quedarse solos otra vez. La idea es dar a las canciones un ambiente más calmado, por momentos jazzie, amparado en una sección de viento pilotada por Andrew Dunn y Jon Natchez (este y el también colaborador Kelly Pratt han formado parte de Beirut) y que discretamente aparece, desaparece y vuelve a aparecer a lo largo de estos 53 minutos.
El calado de las tres primeras canciones es magno. El single ‘Palace‘ habla sobre construir un espacio propio cuando «hay una cola para entrar en el cielo que no deberíamos esperar», mientras el siguiente sencillo ‘Hotel‘, aunque de letra macarra (esos repetidísimos «fuck» no terminan de casar con la belleza de la música), alterna igualmente frustración y rabia con esperanza. Una marca de la casa. En medio, ‘Doppelgänger’, siete minutos sobre enfrentarse al lado que menos nos gusta de nosotros mismos –inspirado en los desdobles de personajes de la sala de las cortinas rojas de ‘Twin Peaks’-, que se hacen cortos debido al exquisito gusto en la autoproducción de la banda, en los que se mima cada punteo, cada piano, cada batería.
¿Qué encontramos en el resto del disco? Más canciones excelentemente arregladas, con momentos para dejar ir la mente, como el fantástico final de ‘Revisited’, ecos de Lou Reed, cierto aroma dream pop y mariachi siempre bajo el mismo manto estilístico… pero también trucos repetidos, menos composiciones significativas y cierta languidez que incluso en sextas y séptimas escuchas no termina de dar una gran recompensa. La intención de las canciones en su búsqueda de la identidad y de un hogar es clara, pero para la llegada de ‘Refuge’ el álbum se ha convertido en una experiencia demasiado monótona. El grupo se ha lanzado al vacío de anteponer el buen gusto a la canción, antes de consolidar una base de fieles.