Sobre un fondo estrellado y en letras góticas que recuerdan a la Hammer, aparece el título de la película. Un disco de vinilo gira. Suena la voz de Wanda Jackson cantando ‘Funnel Of Love’. La cámara da vueltas sobre una recargada habitación donde yace una mujer. La cámara da vueltas sobre una recargada habitación donde yace un hombre. El plano se cierra. Los ojos se abren. Son dos vampiros despertando al anochecer. Son dos amantes separados del resto de la humanidad por océanos de tiempo.
Los vampiros imaginados por Jarmusch son una irresistible combinación de modernos snobs (el filme está plagado de chistes y referencias culturales), fetichistas del arte (sobre todo literario y musical), adictos buscando su dosis (en un mundo con la sangre cada vez más contaminada) y artistas románticos del XIX (el vampiro literario nació con Polidori en 1819). Un hombre y una mujer, Adam y Eve (¿expulsados del paraíso?), que han visto de todo. Una pareja desencantada con los humanos (a los que llaman zombis), que vive apartada (uno en la musical y ruinosa Detroit, otra en la literaria y misteriosa Tánger) y que se refugian del hastío vital en el arte y la cultura.
Como el Drácula literario, ‘Sólo los amantes sobreviven’ es una hermosa historia de amor. Y como el conde transilvano, Eve cruza el océano para encontrase con su amado. Jarmusch retrata a unos seres sofisticados y melancólicos, y los filma con un ritmo cadencioso, opiáceo. El día a día, el siglo a siglo, de dos refinados yonquis existencialistas -¿qué otra cosa puede ser un vampiro?- bebiendo sangre con miedo a la adulteración, escuchando y componiendo música, coleccionando antigüedades y riéndose de todo y de si mismos. Amor inmortal, humor eterno y polos de 0 Rh negativo. 9.