La liturgia de Portishead conquistó Madrid

No dejaba de sorprender, en los alrededores del Palacio de los Deportes, lo variopinto del público congregado para ver la primera actuación de Portishead en Madrid. Gente de toda edad e indumentaria y de toda España (llamaba la atención escuchar mucho acento canario, por ejemplo), congregadas para presenciar ese momento histórico para muchos. Se intuía emoción y hasta cierto nerviosismo, raramente se percibían ganas de figurar. En contra de lo que podría intuirse, no era un concierto solo para modernas y bloggers, y quien estaba allí era por admiración y devoción ante tres álbumes superlativos, rácanamente desperdigados a lo largo de dos décadas (el próximo 22 de agosto se cumplirán ya 20 años de la edición de ‘Dummy’, sí).

La elección del trío Thought Forms para abrir su gira ya daba una idea de que no está en la intención de Portishead ofrecer complacencia a su público. Los de Whitshire, con dos guitarras y voces y batería, tronaban afilados, en un post-rock en la frontera del metal, si bien su apuesta no está en alargar en exceso sus canciones. Aunque en cortes como ‘Your Bones’ o ‘Sound Of Violence’, de su reciente split con Esben And The Witch, parecían lanzados a por ello, el drone no llegaba al río, dejando cierta desazón. Su media hora de show se hizo hasta algo corta, pero fue un buen, por oscuro, aperitivo.

Beth Gibbons, Geoff Barrow y Adrian Utley, apoyados en cuatro músicos más que alternan teclados, guitarras, bajos y vientos, siguen presentando su repertorio con la perfección acostumbrada y, también, sin variar ni un ápice el setlist de un espectáculo idéntico al que ya hemos visto en el Primavera Sound, FIB o Poble Espanyol, desde que comenzaron a presentarlo en 2008, con la única variante de ‘Hunter’ o ‘Nylon Smile’ como segundo tema tras ‘Silence’ (esta vez fue ‘Nylon Smile’). Tampoco hubo ninguna sorpresa con la escenografía, con esa inmensa pantalla como telón de fondo sobre la que se proyectan imágenes monocromáticas del grupo captadas en directo. Pero, no por conocido o incluso vivido, la experiencia pierde poder. El ambiente de liturgia, como acertadamente lo denominaba mi compañero Sebas años atrás, que se genera entre el público asistente, no solo en grada sino también en la pista (en la que nos encontrábamos), subyugados ante una ejecución tan precisa, no está exento de emoción y alma (los gestos de satisfacción y esmero en los miembros del grupo se veían sinceros).

Sorprendentemente, el público asistente respondió con un respeto pocas veces visto en nuestra ciudad en un concierto de estas características, y no se puede apuntar al enorme volumen como el responsable de ello: cuando los tres miembros principales de la banda deslizaron ‘Wandering Star’ sin el apoyo del resto de músicos, en un formato minimalista, el casi total silencio también mandó. Obviamente, hubo esporádicos conatos de coros aquí y allá, pero el karaoke no tenía cabida y los propios aspirantes a ‘La Voz’ se daban cuenta inmediatamente de ello. Más lógicos y agradecidos parecieron los arranques de aplausos que sí sonaban espontáneos, a modo de olés. Supongo que cada uno habrá guardado para sí sus momentos especiales de este show: para mí quedarán el solo de teclado de Utley al final de ‘The Rip’, el increíble sonido de batería en ‘Over’ y ‘Magic Doors’, el rojo profundo de la pantalla en la arisca, nada amable, ‘Threads’, una ‘Machine Gun’ especialmente enfurecida y enfurecedora (gracias al nada aleatorio ametrallamiento de imágenes), el brutal volumen en ‘Cowboys’ o la imagen fantasmagórica de Beth cantando ‘Roads’. La Gibbons mostró su agradecimiento ante ese palpable ambientazo de comunión bajando al foso a estrechar manos y dar abrazos, consciente, como sus compañeros de que todos habíamos vivido una noche realmente única, inolvidable para todos.

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Publicado por
Raúl Guillén