¿Cómo superar aquella gran edición de Fabián, Maribel, aquel José David al que disfrazaron de pérfido, etcétera? Los guionistas lo tenían fácil. Tenían a su jurado ya completamente convertido en superestrella, con Pepe revelado como un impredecible animal televisivo, Jordi Cruz como un sex symbol pero cada vez más malvado (o sea, cada vez más guapo), y Samantha como una chef de perfil algo más bajo en todos los sentidos, pero en un interesante punto medio entre la elegancia británica y un aún más explorable lado macarra (recordemos que la mejor frase del programa le sigue perteneciendo, tras contemplar un plato desacertado: «¡qué asco!»).
A diferencia de ‘Top Chef’, ‘Masterchef’ no tenía que replantearse a ninguno de sus miembros del jurado. Lo único que había que conseguir era un cásting a la altura. Y en mi opinión, se ha superado. No por el cariz sensacionalista de las rencillas surgidas en torno al personaje de Gonzalo, que finalmente fue «invitado a irse» en un lugar tan cercano y próximo a su casa de Dubai como Canarias (¿en serio nadie le hizo un test psicológico para averiguar lo inestable o problemático que podía ser? ¿era necesario invitarle y darle tanto protagonismo en el programa especial tras la gala final?). Sino porque los cocineros seleccionados este año estaban por un lado mejor preparados o por otro presentaban un perfil psicológico mucho menos plano, empezando por la vegana Celia, que no sabía cocinar ni una sopa de miso; la soberbia pero débil Marina, o el trabajador de una funeraria, oficio ninguneado en la televisión desde la inolvidable ‘A dos metros bajo tierra’. «El niño sensible», Mateo, ha cocinado con una organización y disciplina mejores de lo que Fabián lo hizo en todo el programa (Mateo, con 20 años, ha llegado a ser capitán varias veces). Y Vicky y Emil mostraban las mejores trayectorias, cocinando varios de los mejores platos de la edición 2, y ambos con personalidades más complejas y excepcionales que los ahora aburridísimos Juanma y Eva del año pasado: Vicky por su espontaneidad (para bien y para mal) y por su intuición, el otro por su templanza e incapacidad para perder la calma. Sin que ellos se dieran cuenta, ambos se metieron en el bolsillo al público.
Pero todo estuvo a punto de desmoronarse en el penúltimo programa, con Emil eliminado frente a Cristóbal (quien poco después intentaba atentar contra todo el programa echando agua sobre aceite ardiendo, lo típico), sin que en su prueba de eliminación se terminara de explicar qué estaba haciendo peor que los demás. Si Emil era el único que había cortado bien aquella carne del diablo, ¿por qué triunfaba Vicky, que había vuelto a perder los nervios? El montaje hacía pensar en cierta manipulación a favor de ella, a quien llevaban un par de semanas dedicando publirreportajes con flashbacks y ralentizados que no terminaban de venir a cuento. ¿Acaso se estaba anticipando su victoria en este programa que ya sabemos que se graba mucho antes de su emisión, y que da tiempo a manipular y editar a conveniencia durante semanas? Todo parecía dispuesto para una aburrida victoria de Vicky, pero no. Tuvimos que comernos con patatas la semana pasada la hipótesis cuando la cocinillas sufría un «meltdown» tamaño Britney llegando a decir que se la sudaba echar una flor de ajo a un postre, quedando «sin calificar» por el jurado. Volvía a arder Troya y a haber algo de interés en una final que todo el mundo había asumido entre Vicky y Emil. ¿Por qué no Mateo, más joven, más calmado, con mayor capacidad para aceptar las críticas, y más perspectivas de futuro?
Así hemos llegado a esta final, nada decepcionante, muestra del equilibrio entre lo entrañable y lo tenso que ha caracterizado el programa. Hemos visto a Churra reírse de las chaperoninas de Jorge, a Milagrosa vestida de Nochevieja diciendo que iba a poner las pilas a cocineros de alto copete, también un tema de Conchita Wurst ilustrando la resolución final del jurado… pero sobre todo un programa completamente emocionante. Emocionante no porque nos hubiéramos creído que Mateo pudiera ganar: estaba condenado desde que se le había caído la cesta de la compra por mucho que -otra vez- no hubiera perdido los nervios o le hubieran ayudado, y haya terminado haciendo el mejor plato de la noche para Jordi Cruz, sino porque ni en sus peores momentos de debilidad Vicky ha perdido su gracia ni su humanidad, y porque Mateo se ha revelado con una madurez para su edad que ya quisiéramos muchos. Porque nunca se ha perdido el compañerismo entre ellos, haciéndote desear que ganaran ambos. Algo que las productoras consiguen con muy pocos realities.
Una gran edición mejor que la primera a la que sólo hay que poner un pero que se ha tornado insoportable: el bochornoso background que hemos visto más de una semana en la prueba por equipos, que más que enganchar incitaba a cambiar de cadena. Nada en contra de que se promocionen preciosas ciudades como Lisboa, comunidades autónomas o pueblos de España. Los patrocinios o promociones se pueden entender incluso en un espacio público teniendo en consideración las cuentas de la cadena o la ausencia de espacios publicitarios. Pero si en la primera edición nos quejábamos de un debut promocionando algo de tan discutible buen gusto como el ejército, esta vez se ha derivado a escenarios tan poco apetecibles como Marbella, los toros o el mundo de las top models, mellando la imagen de target joven y formado que estaba obteniendo espontáneamente el programa, convirtiéndolo en algo casposo e imposible de visualizar en estos momentos. Esperemos que se rectifique este pequeño detalle para la tercera temporada. Estamos contando los meses. 9.