50 sombras de Ray (Davies) en Heineken Jazzaldia

A nadie engañamos si afirmamos que el Heineken Jazzaldia es uno de los festivales más familiares. El skyline, vacacional y costero, esa línea que empieza en la playa y acaba en los bares de pintxos (no hay nadie que no diga “quiero vivir aquí” al llegar a la capital guipuzcoana), ayuda a que todo se disfrute de manera más gozosa. Hasta un concierto de gaita nos pondría de buena ídem si tenemos los Cubos de Kursaal como fondo.

La edición número 49 del certamen donostiarra, celebrado el pasado fin de semana con 140.000 espectadores, ha cerrado con buena nota en lo referente a actuaciones gratuitas y de pago, jazzeras y poperas, diurnas y nocturnas. Porque ese es uno de los mayores valores del Jazzaldia. Fusionar bolsillos y músicas con bastante acierto en un “marco incomparable”. Como el número de conciertos superó el centenar, vamos a recordar algunos de los momentos más destacables.

En la sección de “pasar por caja” la Plaza de la Trinidad ha vuelto a ser el reducto de los más clásicos, destacando el paseo de Dee Dee Bridgewater. La dama montó un señor fiestorro en el cierre del Festival, con espacio para recuerdos a Michael Jackson y James Brown. La noruega Kristin Asbjørnsen convenció con sus fusiones africano jazzeras. Pero quizás hizo honor a su procedencia dejando algo frío al personal. Bobby Mcferrin, definitivamente alejado del constante entonar vocal que le emparentaba con el poli de los ruiditos de ‘Loca Academia de Policía’, gustó con el fondo sonoro blues-country que maneja en su nuevo espectáculo. Y Dave Holland se llevó muchas ovaciones en su enésima reinvención.


El Teatro Victoria Eugenia fue la zona de contrastes del spa sonoro donostiarra. Muhal Richard Abrams se cascó un concierto al piano tan duro y vanguardista que casi vacía la zona de butacas. Espacio que disfrutó muy mucho con la actuación de L’Orchestre d’Hommes-Orchestres. Su nuevo espectáculo ‘Cabaret Brise-Jour’ homenajea las melodías de Kurt Weill con un montaje escénico muy atractivo, a medio camino entre el vodevil y la performance e instrumentos construidos con gran ingenio para unas músicas de corte tristón. En el Auditorio del Kursaal destacamos la unión entre Chick Corea & Stanley Clarke Duet y el meneo que le pegaron a las canciones de ‘Return to Forever’.

La zona de terrazas del Kursaal volvió a congregar la programación más populosa debido a su carácter gratuito. Y tuvo un vencedor sin tacha: Vintage Trouble. Su blues rock, protagonizado por un cantante que contagió su energía a una abarrotada playa, se convirtió en un cierre perfecto para los usos del escenario principal. Pocas veces se ha visto tanta conexión entre actuante –casi desconocido- y público de todos los colores. El hombre subió por las torres de sonido, bajó del escenario para corretear por la arena, saltó, brincó y animó sin parar. Parecía James Brown en sus años mozos. Normal que para la tercera canción el color de su chaqueta hubiera tomado tonos más sudorosos.

También nos pusimos negros (con perdón) a bailar con la fiesta de George Clinton. Qué desparrame, madre mía. El norteamericano se trajo a toda su familia – y no es que sea precisamente una rama afectada por los recortes demográficos chinos. Contamos hasta 20 personas a la vez sobre el tablado- para ofrecer un concierto soul funk maravilloso. Basado en los parlamentos de su vigorosa discografía, tuvo muchos momentos agitados, algo de psicodelia y un bailarín eléctrico con pintas de haber salido de ‘Starsky & Hutch’.

También disfrutamos de la actuación de Echo & The Bunnymen. Su setlist fue oscuro e impactante y estuvo basado en sus primeros discos, con un serio Ian McCulloch al micro y una banda impecable. Hubo momentos para la posteridad, como el inicio con ‘Lips Like Sugar’, el homenaje a Lou Reed y el escuchar ‘Ocean Rain’ en una playa mientras gotas del tamaño de un balón de rugby caían en formato sirimiri sobre la ciudad. ‘The Killing Moon’ y ‘The Cutter’ también fueron muy bien recibidas.

Ray Davies, en teoría uno de los platos fuertes del Escenario Heineken, encantó a quienes aman las canciones de los Kinks sobre todas las entonaciones. Y entristeció a quienes vieron a un abuelete tendiente al desafine. ¿Le pondrían los tonos originales, o con autotune, en los monitores? Porque hubo algunos momentos dignos de Karaoke nocturno o primera eliminatoria casera del “Singstar”… Claro que si te apoyas en temas eternos como ‘Waterloo sunset’, ‘Your Really Got Me’, ‘All Day and All Of The Night’, ‘Victoria’, ‘Lola’, la bella ‘Days’ o una ‘Dedicated follower of fashion’ en la que coló a San Sebastián en la letra, pues la cosa no llega a sangría total.

En la zona “modernas de pueblo” Delorean ofreció un show casi perfecto, cerrado con un ‘Ride on time’ de Black Box que fue la traca final a su aplaudida mezcla de analogías y pregrabados: Eurobeat y sonidos vaporosos, pop y felicidad, hits como ‘Deli’ y ‘Seasun’ y momentos más pausados. Los zarauztarras jugaban (casi) en casa y convencieron a los presentes más allá de chovinismos. No sucedió lo mismo con Austra, a quienes el escenario se les quedó muy grande. Las electrónicas amables y cantos casi gregorianos – ¿Katie Stelmanis no os recuerda a Russian Red, pero con más potencia vocal?- se habrían disfrutado más en un emplazamiento cerrado y coqueto. Sin ser un mal concierto, sus sonidos fueron ese colchón en el que te tumbas a echar la siesta.

Un enfoque similar al ejecutado por James Vincent McMorrow. Su folk es calmo como el defendido por Bon Iver. Aunque, no pregunten por qué, la cosa se acepta mejor si tiras de tradición que de sintes. Los Horrors, que llegaban con el sello de ser una cita ineludible, se perdieron en una especie de “Trivial Pursuit brit”, con canciones que les emparentaban a muchos y variados grandes momentos de su cultura popular.

Del resto de paseos por la zona libre nos quedamos con la tersa ejecución de Rosé Marie Quartet, la energía de Ibrahim Electric, la chaladura de Za! (más contenida en esta ocasión) y lo que le gusta una big band a los mayores donostiarras. Más que un helado después de los fuegos artificiales, carajo. No podemos olvidar el conciertazo de Wire, en un estado de forma envidiable por más que sus DNIs reflejen cierta senectud ya. Sus canciones a piñón fijo – o fixed, que dicen ahora los nuevos ciclistas- llenas de rabia y melodía encantaron a los espectadores, quienes elevaron su nivel de alerta al ver que sus nuevas creaciones no desmerecen en absoluto sus éxitos pasados. La piscina de Cocoon debe estar a escasas cuadras de su vivienda habitual.

También fue un reducto de juventud la zona del Nauticool, ideal para sacar fotos para Instagram mientras DJs actuales ponen músicas modernas. Ayo Silver DJ o el tropicalismo de Chico Trópico hicieron buenas migas con las sesiones de Nickodemus o Budin. Hasta el Dabadaba, el nuevo “place to be” de la escena barera donostiarra, tuvo un hueco para unirse a la agenda oficial. La gente de Horrors y Austra pasaron por sus platos una vez finalizadas sus respectivas actuaciones.

Mientras los organizadores ya preparan la redonda celebración del año que viene, los espectadores siguen premiando con su asistencia el programa festivo que une las músicas que dan nombre al evento con otras desviaciones más modernas. No hace falta que pongan boca abajo la estructura para su edición número 50. Un poco de brillo bastará para seguir disfrutando del Heineken Jazzaldia.

Fotos: Flickr de Heineken Jazzaldia, por Lolo Vasco.

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JNSP