Si alguien quiere ahorrarse el trago de verla lucir pernil bajo la bata de cola junto a un cuerpo de baile disfrazado de carnaval, puede acudir al minuto 2:50 para presenciar el crucial momento en que Paquirrín, pequeño del alma con su piel de canela, se esfuerza por tapar su boca con mano y micro para ocultar que no recuerda bien un «rap» que, por otra parte, alude al autor del tema (ha sido Juan Gabriel) y, claro, a su mamá. Superado el trance, corre raudo a parapetarse tras una mesa de mezclas de uso indeterminado, al margen de evitarnos el disgusto de verle bailar junto a su madre y acogerle mientras anima a dar palmas al regidor y los cámaras. Los otros dos minutos restantes (que oye, casi seis minutos dura la cosa) sirven para seguir presenciando esa supuesta carencia de «afecto» de la condenada por blanqueo de capitales. La gala en general, y la actuación del clan Pantoja-Rivera en particular, ha desatado numerosas críticas en prensa y redes sociales por recordarnos a una sociedad casposilla que creíamos y querríamos haber dejado de ser hace tiempo y que, en el fondo, parecemos incapaces de dejar atrás.