Volvemos a terreno conocido: las montañas de Ozark (Misuri), lugar donde nació y donde vive actualmente Woodrell. Allí, en una casa al lado de un cementerio, vive el pequeño Shug, un chico de trece años con problemas de sobrepeso y dificultades para relacionarse con gente de su edad. Está muy unido a su madre, una belleza sureña marchitada por la adicción al alcohol (tan sexy que “podía hacer que un simple hola, ¿qué hay? sonara tan pecaminoso que corrieras a lavarte los oídos”) y detesta a su supuesto padre, un violento delincuente y politoxicómano que le maltrata y le obliga a robar barbitúricos en casas de médicos y enfermos.
Narrada en primera persona por el chico protagonista y construida por medio de maravillosas elipsis, ‘La muerte del pequeño Shug’ es un conmovedor drama con pinceladas de novela negra. La dolorosa crónica de la progresiva pérdida de la inocencia de un chico por culpa de un entorno familiar, social y emocional tan miserable como despiadado.
Un verano especialmente caluroso, un ambiente enrarecido, suciedad… La perfecta metáfora para describir cómo se derrite la candidez infantil de un chico que sobrevive atornillado a un destino inmisericorde. Woodrell tiñe la historia de un fatalismo insoportable y de una sensación de amenaza constante. No hay casi respiro. Shug, como el lector, toma aire en los pocos momentos de tranquilidad que salpican su existencia. Son pausas de un enorme lirismo (el momento en el que se mete en el río y le picotean los peces: “les gusta mi sabor”) y de una emocionante serenidad.
Pero el camino está marcado y no te puedes salir. Crecer a golpes duele, como duele seguir leyendo. El “frasco donde escondía todos los gritos de mi vida” se hace añicos dando lugar a uno de los finales más perturbadores que, quien esto escribe, ha leído en mucho tiempo. Si te gustó ‘Winter’s Bone’, ‘La muerte del pequeño Shug’ te dejará, literalmente, sin aliento. 9.