Ciencia contra religión, materialismo contra espiritualismo, evolucionistas contra creacionistas… El director construye su película sobre estas eternas dicotomías, sobre estas tensiones filosóficas. Pero lo hace de forma poco sutil, con una poética muy poco inspirada que va de lo cursi a lo melindroso. Sus imágenes son tan relamidas –con mucho reencuadre, claroscuros, medida inestabilidad- que cuando suenan Radiohead (‘Motion Picture Soundtrack’) parece que estamos viendo un vídeo de Coldplay.
El punto de partida de ‘Orígenes’ (el original ‘I Origins’ juega con la pronunciación I-eye) es atractivo: una historia protagonizada por un biólogo molecular, un moderno Frankenstentein
, que por medio del estudio de los ojos intenta encontrar el punto cero de la evolución humana y demostrar así la inexistencia de Dios. Un relato de ciencia ficción que se mezclará con el romance metafísico cuando el protagonista conozca a una misteriosa mujer cuyo singular iris le dejará fascinado.Toda esta primera parte, tanto la investigación en el laboratorio como la que emprende el biólogo para encontrar a la enigmática chica de ojos cautivadores, es lo mejor de la película. Resulta original, interesante, y está bien contado. Pero a partir de ahí la historia iniciará una cuesta abajo tan pronunciada que acabará como lo haría un místico trasnochado: viajando con su charlatanería a otra parte, a la India. El director se quita la bata blanca y se pone la túnica de colorinches. El discurso se tiñe de filosofía new age para, después de casi dos horas, llegar a la siguiente conclusión: «los ojos son el espejo (y el recipiente) del alma». 4,9.