La adaptación del musical de culto ‘Into the Woods’, creado en 1986 por el legendario Stephen Sondheim (‘Sweeney Todd’, ‘Company’), se ha demorado tanto, ha dado tantas vueltas por los estudios de Hollywood, que al final, casi treinta años después, se ha quedado vieja. En 2015, la idea de juguetear (¿todavía se dice «deconstruir»?) de forma irreverente y perversa con los cuentos de hadas ya no resulta ni original ni ingeniosa. Después de la saga ‘Shrek’, la serie ‘Érase una vez’ y las mil y una versiones libres que se han hecho de cuentos infantiles, a la pionera obra de Sondheim le han acabado saliendo más arrugas que a la bruja que interpreta Meryl Streep.
‘Into the Woods’ empieza bien, con un enérgico prólogo que parece anunciar que, si bien no vamos a ver algo demasiado novedoso, sí estamos ante un inteligente entretenimiento lleno de estupendas canciones y números musicales. Un eficaz producto de Disney pellizcado por la oscuridad de la obra original y singularizado por la personalidad de su cada vez más impersonal director, Rob Marshall (‘Chicago’, ‘Nine’, ‘Piratas del Caribe 4’).
Pero no. Nada de eso. A partir de esa secuencia de apertura se rompe el encantamiento y el nivel de la película cae más rápido que las trenzas de Rapunzel cuando le llama el príncipe. ‘Into the Woods’ no funciona ni como relectura subversiva de los cuentos de hadas (muy domesticada –disneynizada- con respecto a la original), ni como musical (los números son anodinos y sin gracia, de lo peor que ha rodado Marshall), ni como «película de Disney» (le falta encanto, magia y capacidad para sorprender). Quizá lo mejor de esta fallida adaptación es que invita a volver la mirada hacia las fuentes originales: el musical de Sondheim y los cuentos de los hermanos Grimm. 4.