Ben Watt / Hendra

El legendario grupo The Sonics publicará nuevo disco en marzo, 48 años después de su último álbum, lo que ha propiciado en algunos medios el debate sobre si es el regreso más dilatado de la historia de la música pop. Ben Watt (50% de los añorados Everything But The Girl) no les supera, pero sus 31 años sin sacar disco en solitario llaman también poderosamente la atención. Tras una última década y pico de vida post-EBTG, dedicado a su sello Buzzin’ Fly, el club del que es dueño y sus sesiones de DJ, el primer signo de cambio fue la publicación el año pasado de ‘Romany And Tom’, un libro que recogía sus memorias sobre la historia de sus padres, que fue muy bien recibido por la crítica literaria británica.

El abrir la espita de la creatividad después de tanto tiempo a través de la escritura y la súbita muerte de su hermana a los 58 años acaecida poco después impulsó a Watt a retomar guitarra y piano como parte de su duelo. Poco a poco comenzó a musicar algunas de las ideas que había anotado durante la escritura del libro, reflexiones sobre su propia vida y el paso del tiempo. El resultado de todo aquel proceso es este ‘Hendra’, un disco excepcional, de hermosura lúgubre. Un paisaje musical de cielos grisáceos en el que intermitentemente aparecen destellos de sol, en forma de melodía y humor esperanzado.

Es un disco muy cercano al folk, ese que Watt había rozado en su debut de 1983, ‘North Marine Drive’, pero desde una sensibilidad más bossa-nova e indie pop. En este caso, la experiencia de la mediana edad le ha acercado a una expresión de folk confesional con mucho más poso, tanto en los textos -que tienen aquí una importancia esencial- como en la música, muy basada en la guitarra acústica afinada en acordes abiertos, algo que remite a su música todavía más a John Martyn, un artista con el que ya fue comparado a raíz de su disco del 83. Desde el comienzo con ‘Hendra’, elegía acústica dedicada a su hermana, hasta el final de ‘The Heart Is A Mirror’, en la que vierte algunas de las conclusiones filosóficas del disco (“el corazón en un espejo en el que es fácil verse a uno mismo”), la guitarra está en el centro de la instrumentación. Pero con la suficiente variedad de arreglos y tempos para que el disco no se parezca a un monótono viaje por uno de esos páramos ingleses que aparecen recurrentemente en las letras. ‘Forget’ y ‘Nathaniel’, por ejemplo, son piezas de pop de tonalidad menor pero eufóricas en su realización musical, pop rock en el mejor sentido del término. ‘Forget’ es, de hecho, una de las mejores canciones del año pasado, de esas que se cayeron entre las rendijas de la apresurada actualidad musical: una exquisitez de pianos eléctricos, bellas auto-armonías de Ben Watt y excelentes guitarras de Bernard Butler (sorprendentemente cercano a Mark Knopfler).

A lo largo de este viaje de diez canciones Watt consigue algo casi imposible: que el adusto planteamiento inicial de reflexiones personales nacidas de sus tragedias familiares no resulte una escucha dolorosa o -aún peor- aburrida y gris. Si hay grisura en este disco, es de una rara belleza: la música, esas secuencias de acordes que Watt quería emborronar a base de afinaciones inusuales, tiene un atractivo más y más adictivo con cada escucha, desde la bossa nova de ‘Golden Ratio’ hasta la fragilidad de ‘Matthew Arnold’s Field’ y su piano eléctrico. Los textos, por su parte, aciertan completamente con un tono prosaico (quizá influido por su vertiente literaria) que los aleja de un excesivo lirismo y por tanto del riesgo del sobredramatismo. Nada más apropiado para su estilo vocal, una voz que canta con la honestidad contenida de quien observa, anota y presta testimonio, permitiéndose observaciones sólo en muy contadas ocasiones. Como por ejemplo en ‘The Levels’: sobre esos oníricos «delays» a medio camino entre los experimentos sonoros de John Martyn y los ambientes cristalinos de Bill Frisell, Watt escribe desde el punto de vista del marido de su hermana, después de perderla: «algunas noches estoy en los Levels, hablando como solíamos / pero soy yo quien lleva toda la conversación». O en la gran ‘Young Man’s Game’, dos minutos cincuenta y dos segundos de lúcida reflexión sobre su propia relevancia en el mundo de la música pasados los 50, que se mueve entre la autoafirmación («podría hacer vibrar este local») y la sensación de intruso en ese «juego de los jóvenes» («nómbrame a un héroe que tenga más de 49»), en una entrañable reflexión narrada con “chupitos de Jäger” incluidos. Son estos pequeños detalles narrativos los que elevan a ‘Hendra’ a un plano superior, por encima de docenas de discos confesionales que copan la actualidad cada año.

‘The Heart Is A Mirror’ cierra el disco con matrícula de honor: la combinación de sintetizadores muy setentas con guitarras acústicas y contrabajo resulta totalmente seductora, en un último cartucho de letras tiernas pero literales acerca de lo que ponemos en cada reacción a lo que nos pasa, ubicadas en una campiña inglesa de ríos serpenteantes y sol ennegrecido: «Él ve en ella una amenaza / Pero el amor de ella es neutral y malinterpretado (…) casi todo el problema reside en su propia cabeza».

Ben Watt actúa el 12 de febrero en Madrid, el 13 de febrero en Bilbao y también en Primavera Sound.

Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘Forget’, ‘The Heart Is A Mirror’, ‘Spring’, ‘Young Man’s Game’
Te gustará si te gusta: Everything But The Girl, John Martyn, los discos que crecen exponencialmente a cada escucha.
Escúchalo: Spotify

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Publicado por
Jaime Cristóbal
Tags: ben watt