Título: ‘A Girl Called Eddy’
Artista: A Girl Called Eddy
Sello: Anti- (2004)
Con motivo del último lanzamiento de A Girl Called Eddy, ‘Been Around‘, nuestro Disco de la Semana, recuperamos el texto sobre su debut escrito por Jaime Cristóbal hace unos años.
Pocos discos son tan idóneos para recuperar este otoño como ‘A Girl Called Eddy’, cuya onda expansiva parece haberse detenido por completo once años después, y mira que este disco fue alabado por la crítica y amado por muchos aficionados que la habían conocido por su EP ‘Tears All Over Town’ de tres años antes. Mucha de la culpa la tiene por supuesto la propia Erin Moran, la brillante cantante y compositora que se esconde detrás de ese nombre artístico. Tildar su trayectoria de errática sería injusto con una artista que siempre ha maniobrado muy cuidadosamente, al margen de los designios de una carrera planificada al estilo habitual, pero lo cierto es que este fenomenal álbum no ha tenido continuación hasta la fecha a pesar de que Moran no ha dejado de componer. Quizá ese segundo LP nunca llegue, pero incluso en ese caso siempre nos quedarán estas once canciones de melancolía suprema.
Entre los numerosos contactos que Moran estableció tras la publicación de aquel primer EP hubo uno que resultaría clave: en 2002 Richard Hawley le escribió diciéndole que le gustaban mucho sus canciones y que le gustaría trabajar con ella. Aún mejor, en su misiva le comentaba que él podía “hacer sonar esas canciones más grandiosas”. Sin duda Hawley reconoció en la melancolía algo retro de esta chica de la Costa Este (Neptune, Nueva Jersey) cierto nexo en común con las canciones de su recién estrenada carrera (maravillas taciturnas como aquella lejana y maravillosa ‘Long Black Train‘.) De alguna manera el viento frío y decadente de la ciudad costera venida a menos de Erin parecía helar el corazón de manera similar al de la ciudad de Sheffield, al norte de Inglaterra, y este disco es la prueba. Como almas gemelas recién descubiertas, en cuestión de semanas la cantante estaba en un estudio de dicha ciudad con Hawley y en dos días ya habían grabado tres canciones completas, como contaba nuestra protagonista el año pasado en una entrevista con el webzine The Recoup. A lo largo de las siguientes semanas acabaron de grabar este disco que Setanta (el sello en el que estaba Hawley en ese momento) iba a sacar poco después y que sin embargo sufrió todo tipo de contratiempos. Pero primero de todo, las canciones.
El disco se abre con la otoñal ‘Tears All Over Town’, composición original de Erin Moran pero envuelta en esa melancolía británica años 2000 que encarna la música de Richard Hawley, y que tan bien les sienta a las canciones de esta estadounidense. Es seguramente una de las piezas de todo el disco con más impronta del coproductor y arreglista, que la revistió de una maravillosa escuadrilla de guitarras con multitud de armonías: guitarras distorsionadas, dobladas, de doce cuerdas, con armónicos por doquier. Junto con las cuerdas y esa producción grandiosa ‘Tears All Over Town’ define perfectamente el ambiente del disco que está por venir.
Temáticamente, la canción también establece el tono que seguirá, sin equívocos: estamos ante un disco sobre corazones solitarios, rotos. Los primeros cuatro versos lo dejan claro. “Volver a casa en metro / fingir que no estás en casa cuando alguien llama / pero nadie llama”. Pero lo que primero cautivaba al oír estas canciones por primera vez era esa voz, que recordaba simultáneamente al santoral de cantantes melódicas de los 60 -de Dusty Springfield a Karen Carpenter- y al de sus inmediatas herederas -Margo Timmins, Tracey Thorn o Aimee Mann.
Precisamente la voz, que en esa primera canción casi estaba aplastada por su fenomenal y estruendoso firmamento sónico, florece en ‘Kathleen‘ como una Dusty Springfield color ocre (conviene recordar que su nombre artístico es un homenaje al disco ‘A Girl Called Dusty’). La suavidad de todo el arreglo (escobillas y cuerdas, guitarras arpegiadas) la hacen más clásica, y revelan la otra veta de este disco, la de las melodías y secuencias de acordes a lo Burt Bacharach, trompeta incluida. Pero su ambiente mágico, perezoso y dorado, tenía algo también de contemporáneo, y las armonías recuerdan al sonido de otras bandas del cambio de siglo como The Pernice Brothers. Un envoltorio ideal para una canción dedicada a su madre fallecida, cantante amateur que en su día rechazó cantar para la orquesta del gran Tommy Dorsey. Los versos hablan de añoranza y oportunidades perdidas (“¿Por qué es tan difícil pronunciar tu nombre esta noche? (…) Todo se interpuso en el camino / y nos dejó esperando al día / en que las cosas iban a cambiar / y la vida se arreglaría para nosotras”.)
‘Girls Can Really Tear You Up Inside‘ mantiene altísimo el nivel compositivo, es una de las melodías más brillantes del disco, con giros inesperadamente bellos. El arreglo es exquisito, con cuarteto de cuerda, clavicordio, lejanos toques de guitarra, metalófono, y leves detalles de guitarra “lap steel” y se extiende, como en la mayor parte de canciones, hasta casi cinco minutos de reflexiones pausadas sobre tribulaciones románticas.
La melodía más accesible de ‘The Long Goodbye’ y sus poderosos riffs de guitarra de doce cuerdas le otorgaban un potencial comercial que no pasó desapercibido a su compañía discográfica. A pesar del poderoso muro de guitarras y eco que Hawley diseñó para esta canción, Erin consigue mantener su sutileza vocal con gran elegancia en las estrofas, y por contra elevarla con firmeza en los estribillos, haciéndola idónea para ser el single en el que finalmente se convirtió, aunque sin demasiada repercusión en las playlists de las radios de FM, a pesar de su sonido cercano a artistas de cierto impacto comercial como Aimee Mann. La estrofa inicial es de las más brillantes del disco, y un buen resumen de la historia que la canción describe, en su cruel oposición de imágenes: “invadiste mi palacio de invierno / y despojaste a mi corazón de hasta la última gota de malicia / Eres la razón por la que gané la guerra. / Ahora has hecho las maletas y estás saliendo por la puerta / No hay absolutamente nada más que decir.”
‘The Long Goodbye’ forma, junto a las dos canciones que concluyen esta cara A, la “suite” más intensamente hermosa que se oyó en ningún otro disco de aquel ya distante 2004. La primera de ellas es ‘Somebody Hurt You’, una maravilla que está diciendo “Burt Bacharach” por los cuatro costados: es la que más claramente homenajea al gigante de cabellera plateada con esa melodía y ese inusual compás extra durante el riff. La interpretación vocal es la más seductora del disco, tenue, casi ronca, y mantiene una deliciosa tensión durante buena parte del comienzo, acariciada por el arreglo orquestal de Colin Elliott, coproductor y arreglista de casi todas las partes de cuerda del álbum. La canción básicamente se sustenta en dos acordes, algo que apenas se aprecia, porque cuando una melodía es tan embriagadora, ¿qué más hace falta? En su delicadeza, completada con ese exquisito riff de Hawley, es una de las cumbres del álbum. Pero por supuesto no podía faltar la guinda de un delicioso “middle eight” a mitad de canción.
‘People Used to Dream About the Future’, cierra la cara y fue directamente la más bella balada del año 2004. También tiene un marcado ascendente Bacharach, completado con bajos “damp” al estilo de la Wreckin’ Crew y está en el punto medio exacto de las dos vertientes del disco, la de la delicadeza pianística de Moran y la de la furia guitarrística de Hawley. Una guitarra que sirve como signo de puntuación de una melodía que arrebata: “Hubo un tiempo en el que fuimos gente que soñaba con el futuro / que tenía estrellas en los ojos”. La letra es pura melancolía que, como en las mejores canciones de la historia, deja un resquicio para la redención, o al menos la aceptación: “Oh, no te vayas a llorar sobre tu cerveza / porque todo acaba en lágrimas / recuerda cuando fuimos felices.”
El reprise a modo de puente, con ese “¿adónde se fue todo?” da a la canción oxígeno, poniendo en bandeja la entrada de la orquesta, más cinematográfica y romántica que nunca, y dando pie a otro parón y “middle eight”. Sus emocionantes versos “¿cuándo dejamos de hacernos fotos? / ¿Cuándo dejaste de luchar?” nos regalan con una salida gloriosa de nuevo al estribillo (“Once we were people….”). Es sin duda la composición más redonda y ambiciosa de toda la carrera de Erin Moran, una de esas canciones que cuando se extinguen en el “fade out” sabe uno en el fondo que siguen sonando hasta la eternidad en algún universo paralelo.
Tras tanta exuberancia, la cara B modera parcialmente el revestimiento instrumental. El primer minuto de ‘Heartache‘ o la totalidad de ‘Did You See The Moon Tonight’ son el documento más preciso de todo el disco de cómo las canciones de Erin Moran debían sonar en estado primigenio, antes del tratamiento instrumental de Richard Hawley. De hecho, ‘Heartache’ ya aparecía en su EP de debut ‘Tears All Over Town’ y la comparación es esencial: lo que era una pieza delicada y con gusto se eleva aquí a galaxias de distancia: el modesto piano de la original se sustituye aquí por un suntuoso piano de cola, y los sutiles, bellísimos apuntes de cuerda completan una interpretación en la que Erin suena mucho más emotiva. Es el tipo de cosas que un gran productor aporta, y que realza una pieza cercana al “smooth jazz” ya de por sí brillante, que temáticamente (el título lo dice todo) insiste en sueños rotos e imágenes grises (“una vez hubo primavera en sus ojos / ahora sólo vientos de otoño y tristes cielos grises”).
Entre esas dos piezas de preciosismo mínimo suena ‘Life Through The Same Lens’, una canción con coros y un delicioso piano staccato muy Paul McCartney, que aporta una refrescante ausencia de melancolía musical, e incluso en las letras enfoca el desamor con una visión más positiva (“ahogándome en la dulce piscina del amor”) o directamente humorística (“deben haberse confundido con mi medicación”).
‘Little Bird‘ mantiene la línea más íntima de esta cara B, con apenas unas pinceladas de orquesta aquí o allá, en quizá la pieza más delicada, casi susurrante, de todo el disco. Una maravilla suspendida de la nada, sin percusión alguna, que completa a las mil maravillas al resto de canciones con -de nuevo- una hermosa melodía sin ningún desperdicio. Como en otras piezas, reaparece ese viejo truco de Richard Hawley, el riff de guitarra reforzado con piano eléctrico, glockenspiel, vibráfono, dándole un toque sofisticado y clásico. Colin Elliot lo completa aportando unos retazos de Moog sutilmente inquietantes en una de las canciones más magnéticas de todo el álbum, y que recuerda en ciertos momentos la delicadeza de Chan Marshall. “Héroes, villanos y viejos amantes pasan de largo / saludan tocándose el sombrero / pero ninguno me explica los porqués”.
‘Golden’ cumple a las mil maravillas su papel de final emotivo, de cierre espectacular del disco. Otra gran ”torch song” en la que la melancolía de Erin Moran confluye magistralmente con el ambiente lluvioso de Sheffield. En ella vuelven finalmente las guitarras eléctricas para añadir ese extra de rabia, reconectándola con los momentos más significativos de este ‘A Girl Called Eddy’. Los giros melódicos, especialmente ese recurrente “that it’s already golden” son simplemente majestuosos, igual que la letra, que gira en torno a los colores del amor (“así que coge el morado y el negro / y todos los colores del desamor / y arrójalos al mar y di que me quieres / guarda el plata, guarda el oro”). El bellísimo motivo de guitarra slide que sirve de broche devuelve el protagonismo a un Hawley que es obviamente el gran héroe oculto de este disco.
Hay dos momentos clave para entender lo que pasó una vez concluida la grabación. El primero ocurrió horas después de salir por última vez del estudio, tras la última y definitiva mezcla. Richard Hawley se despidió de Erin Moran en la calle diciendo “good luck playing this fucker live”, palabras que devolvieron a la cantante súbitamente a la realidad: ¿cómo iba a llevar a los escenarios un disco con tan suntuosa producción? Cuando por fin salió el disco fue uno de los problemas a los que tuvo que enfrentarse, defender un disco grandioso con una banda modesta, y sin orquestas.
El otro tiene que ver precisamente con la frase “cuando por fin salió el disco”. El sello Setanta se hundió en 2003 y con él todos los planes de lanzamiento del disco aquel año. Teniendo en cuenta que se había grabado en 2002, para cuando salió en 2004 habían pasado dos frustrantes años, con la artista ya algo distanciada de aquel momento artístico, y quemada con todo el asunto. ‘A Girl Called Eddy’ acabó encontrando un buen sello, Anti-, que en aquel momento incluía a artistas como Tom Waits o Nick Cave, pero quizá ya no era su momento. El disco vendió unas honrosas 50.000 copias y obtuvo innumerables lisonjas por parte de la crítica, pero la carrera de Erin en vez de cuajar se quedó de nuevo estancada, dejando el trono de heredera de Warwick & Bacharach durmiendo media década hasta la llegada de la menos interesante Rumer. En 2009 se rumoreó la publicación de un nuevo álbum, ‘You Get The Legs You’re Given’, y en la entrevista de The Recoup se hablaba de conversaciones con Anti- y un disco para 2014, pero de momento nada se ha materializado. El mundo tendrá que esperar hasta que este brillante disco cuente con merecida continuación. Erin lo tiene claro: «en cierto modo, siento que ‘A Girl Called Eddy’ es un disco tan perfecto que ya estoy satisfecha aunque nunca haga otro. Porque con él hice una gran declaración artística, hice el disco que quería hacer».