‘Mistress America’ empieza como una enérgica comedia generacional y termina como una descafeinada screwball comedy. La primera parte es casi una variación de las dos anteriores películas de Baumbach, como si la treintañera Frances hubiera conocido a la veinteañera de ‘Mientras seamos jóvenes’. El director articula toda la trama por medio de su relación: una solitaria estudiante y aspirante a escritora que se siente continuamente como en «una fiesta en la que no conoces a nadie» y una emprendedora sin estudios hecha a sí misma, que derrocha entusiasmo y autoconfianza (quiere abrir un restaurante «donde también puedes cortarte el pelo»), y esconde desorientación, inmadurez y vulnerabilidad.
Lola Kirke (la hermana de Jemima, Jessa en ‘Girls’, que protagonizó ‘Mozart in the Jungle‘) consigue salir airosa de una misión casi imposible: darle la réplica a una robaplanos como Greta Gerwig (atención a su aparición en Times Square). La pareja funciona de forma extraordinaria, hasta el punto de que, cuando aparecen más personajes y la película se transforma en una sitcom, la echamos de menos, queremos seguir viendo cómo evoluciona esa singular amistad en un Nueva York extrañamente ochentero que parece salido de ‘Buscando a Susan desesperadamente’ (1985) y donde suenan canciones como el ‘Souvenir’ de OMD o el ‘No More Lonely Nights’ de Paul McCartney (además de la música compuesta por Dean & Britta, habituales colaboradores de Baumbach).
En la segunda parte de la película el director decide romper con el tono irónico y melancólico por el que había transitado hasta ese momento y se lanza, sin red, hacia el humor más alocado y directo, a la comedia de situación construida a base de batallas verbales, gags visuales y personajes excéntricos. Baumbach se (tra)viste de Lubitsch, Hawks o Sturges. Tiene gracia un rato, vale, pero le queda muchísimo mejor el traje de Allen. 7.