David Bowie / ★

Desde el lunes por la mañana en que conocimos su muerte, es inevitable que un escalofrío recorra el cuerpo al escuchar ‘★’. En una pirueta meta-artística en la que obra y vida -muerte, mejor dicho- de un artista confluyen de manera gloriosa y terrible, David Bowie nos estaba anticipando su inminente defunción a través de los surcos de este álbum final. Eso explica muchas cosas, si no todas, y obliga a juzgar esta obra desde una perspectiva nueva, inevitablemente. Pensar en los últimos 18 meses del artista británico, desde que le fuera diagnosticado el cáncer de hígado, pasando por la (imaginamos) lucha contra la enfermedad y la asunción de que no podría vencerla, y culminando con la creación de un disco que ni siquiera sabría si podría finalizar o ver editado en vida (visualizando la fecha de su cumpleaños, su favorita, como el momento perfecto para su edición), es totalmente conmovedor.

Por más que se intente, resulta imposible tratar de aislar una crítica de esas circunstancias vitales que han convertido ‘★’ en uno de los más tristes y bellos hitos en la historia del pop. Sin embargo, es necesario y justo juzgar también este canto de cisne por su música, sus canciones, aunque ahora sus palabras ofrezcan explicaciones a lo que hace apenas horas eran un enigma. Por un momento, quiero imaginar que el cuerpo de David Jones sigue con vida y que desconozco su enfermedad terminal. Me enfrento al disco más arisco y personal de Bowie en muchos años, casi desde los tiempos de su periplo berlinés. Algo que ya se intuía si nos ateníamos a las pistas que cuatro cortes, de los siete que lo conforman, nos habían ofrecido en el último año y pico.

Bowie sorprendió en 2013 con la publicación de ‘The Next Day‘, un disco que ya casi ni se esperaba y en el que abandonaba sus esfuerzos de los 90 por estar en la onda para reconciliarse con su pasado. Pero él siempre había destacado como un buscador avezado, un creador inconformista y arriesgado que marcaba caminos a seguir por el resto de mortales. Sin embargo, pocas veces se ha aventurado tan lejos en los límites del pop rock como lo ha hecho en este nuevo disco. Situándose en una línea muy próxima en espíritu (aunque menos radical) a la exhibida por el Scott Walker que conocimos desde 1995 con ‘Tilt’, apoyándose en la libertad del jazz y el kraut rock, inspirado por jóvenes artistas que rompen límites como Kendrick Lamar o Death Grips, esta vez ha amasado una obra densa, oscura como una ponzoña viscosa que recorre sinuosa, temible, casi cada segundo de sus 41 minutos, permitiendo puntuales y muy medidos espacios a la luminosidad de algunas melodías.

Los dos adelantos lanzados con el anuncio de un nuevo disco, abanderan el álbum con todas las de la ley. ‘Blackstar‘, diez minutos de majestuoso opus, abre el disco marcando el patrón: sintetizadores de sonido añejo que sostienen un ambiente misterioso, lúgubre, para que el saxo de Donny McCaslin (líder de un cuarteto de jazz popular en la intraescena neoyorquina, recomendado a Bowie por su reciente colaboradora Maria Schneider y que ha ejercido de banda de apoyo en toda la grabación) y las baterías del percusionista de la banda de este, Mark Guiliana, fluyan libres durante su primer movimiento. Hasta que llega la pausa y ese giro melódico, ese milagro que transforma la canción como si las nubes negras dejarán pasar un haz de sol, como si hubiéramos llegado a Oz, en tanto escuchamos el coro «soy una estrella negra. No soy una estrella del pop, no soy una estrella del cine, no soy una estrella del porno (…), soy una estrella negra». En la coda, sí, regresa la oscuridad. ‘Lazarus

‘, por su parte, es más seductora y clásica, casi rockera (pese a que su fiel escudero Tony Visconti afirmaba que buscaban expresamente no hacer rock), con unas guitarras ásperas marcando el paso y los vientos de McCaslin meciéndonos hasta un estribillo/puente en el que se desgañita con un confuso «Cuando llegué a Nueva York, vivía como un rey; me gasté todo el dinero, persiguiendo tu culo».

En realidad, es un movimiento muy semejante al que ofrecían la vertiginosa ‘Sue (Or in a Season of Crime)‘, coescrita junto a la ya citada Schneider (los créditos revelan una colaboración de James Murphy -de los reactivados LCD Soundsystem– a las percusiones), y »Tis A Pity She Was A Whore’, que conformaban el insólito single lanzado para promocionar el lanzamiento del recopilatorio de 2014 ‘Nothing Has Changed’. Pese a que ambas se unían en un curioso todo (la primera es una adaptación de una obra del dramaturgo británico John Ford, titulada precisamente »Tis Pity She’s A Whore’ -no, no me confundo de canción-; mientras que la segunda pretende denunciar, a través de pequeños detalles, el descarnado horror de la Primera Guerra Mundial), ya entonces ofrecían un claro signo de cuáles eran las inquietudes artísticas de Bowie en sus últimos días. «Si los Vorticistas hubieran escrito música rock, sonaría así», afirmaba entonces el propio artista. Su coherencia en el conjunto es absoluta.

Sin abandonarlo, la recta final del álbum reduce levemente el desafío. Primero, con una ‘Girl Loves Me’ algo histérica y, sobre todo, juguetona, gracias a una divertida letra en la que Bowie casi parece rapear, mezclando slang callejero (define a la policía como «popo», justo como Kendrick en su gran ‘Alright’), Polari (un lenguaje en clave usado en los 50 y 60 en Reino Unido por la comunidad gay) y Nadsat (el dialecto ideado por Anthony Burgess para los personajes de ‘La Naranja Mecánica’). Y sigue con el gran colofón de la preciosa ‘Dollar Days’, la canción más ortodoxa del conjunto (cabría a la perfección en el excelente predecesor de ‘★’), cuya melodía, entre lo preciosista y lo dramático, se funde con el inicio de ‘I Can’t Give Anything Away’, que sobre una base bailable (en la medida en la que lo era ‘I’m Your Man’ de Leonard Cohen) y a lomos de unos fantásticos solos de saxo (McCaslin, otra vez) y guitarra (cortesía de Ben Monder) son una increíble muestra de que Bowie, con 68 años, aún podía cantar de una forma tan conmovedora como en sus mejores momentos, dejándonos absortos con esos aways.

Obviando las circunstancias, David Bowie lanzaba el pasado viernes un disco audaz y cautivador, valiente, que corría unos riesgos que nadie, salvo su espíritu siempre inquieto, le pedía. Con él escribía ya un nuevo y notable episodio de su carrera, a la altura de su leyenda. Pero hoy es miércoles y David Bowie ha muerto. Y ‘★’ ya no puede ser visto de la misma manera. Ahora, tras su caída (como él lo define) hacia un nuevo estado, intuimos que esa ponzoña negra que lo recorre podía ser la enfermedad que le consumía por dentro (de hecho, parece ser que una estrella negra es una denominación para algunas lesiones cancerosas); que cuando escribió una ‘Lazarus’ que ahora resulta devastadora, muchos ya le oirían cantar ese «mirad aquí arriba, estoy en el cielo» después de su muerte; que las cicatrices invisibles que menciona en esa misma canción son una conmovedora metáfora para su cáncer; que había asumido su desaparición como una suerte de libertad; que hasta el momento final, su gran voluntad era «ponerles del revés, engañarles una y otra vez», (‘Dollar Days’ parece una especie de cariñoso guiño a sus seguidores); que, por su desaparición cuando aún le quedaba mucho que dar, no pudo darlo todo («decir que no, cuando quería decir sí, ese es el mensaje que quise enviar», canta en la ahora elegíaca ‘I Can’t Give Everything Away’).

Resulta especialmente enternecedor comprobar, además, cómo Bowie parecía estar lanzando guiños a sus fans con diversos autohomenajes, digregados con mimo: el astronauta que yace en el clip de ‘Blackstar’, su cráneo lleno de coloridas joyas, la vestimenta negra con líneas diagonales plateadas en el clip de ‘Lazarus’, la armónica calcada de ‘A New Career In A New Town‘ que marca ‘I Can’t Give Everything Away’… ‘★’ se ha transformado en un epitafio grandioso, una obra de la que su fallecimiento forma una parte intrínseca, y que, como ya explicó mi compañero Sebas E. Alonso, multiplica sus sentidos y sus interpretaciones. Todo conforma su gran obra final, y no deja más remedio que descubrirse ante esta maniobra asombrosa: ‘★’ es un epitafio que retrata su salida de este mundo, pero será, probablemente, el portal de entrada para muchas generaciones, presentes y venideras a una carrera artística referencial, que ha cambiado y cambiará vidas.

Calificación: 9/10
Lo mejor: ‘Lazarus’, ‘I Can’t Give Everything Away’, ‘Blackstar’, ‘Dollar Days’
Te gustará si: te gusta el último Scott Walker pero, sobre todo, si alguna vez has admirado a Bowie.
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Publicado por
Raúl Guillén