‘Los odiosos ocho’: cuando Tarantino encontró a Agatha Christie

Con su última película, Tarantino parece haber cerrado el círculo. A pesar de haber declarado que va a rodar dos títulos más antes de retirarse, ‘Los odiosos ocho’, su octava película, se parece mucho a un colofón, a una vuelta a casa, a un regreso a la teatralidad de ‘Reservoir Dogs’ como remate final a una carrera. Tarantino quiere dejar el cine por una razón: la ética profesional. No quiere convertirse con el tiempo en un director acomodado y mediocre. Pero a lo mejor lo acaba dejando por otra. Si primero se filtró el guión de ‘Los odiosos ocho’ en Internet, ahora ha sido la película. No parece casualidad, por tanto, lo que dijo hace unos días en una mesa redonda con The Hollywood Reporter: «quiero ser director de teatro».

La verdad es que ‘Los odiosos ocho’ es todo menos mediocre y acomodada. Al contrario, es quizás una de las películas más arriesgadas de toda su carrera. Hasta este momento, Tarantino había revisitado géneros que, aunque pasados de moda, mantenían latente un atractivo estilístico que permitían su revisión (posmoderna o no) con relativas garantías de éxito. No es el caso de ‘Los odiosos ocho’. El subgénero del «whodunit» a lo ‘Diez negritos’ de Agatha Christie, con varios personajes de dudosa reputación encerrados en un mismo espacio y un enigma por resolver, está más pasado que el du duá. Tuvo su momento, sobre todo en los setenta con las adaptaciones de las novelas de Christie, pero ya está, no tiene mucha gracia recuperarlo.

Sin embargo, Tarantino lo ha hecho. Lo ha mezclado con el (spaghetti) western y la comedia negra y le ha salido un extraño híbrido que funciona bastante bien. Y eso que el principio parecía apuntar hacia lo contrario. Los dos primeros capítulos, hasta llegar a ‘La mercería de Minnie’, son de lo peor que ha rodado nunca el director. O, mejor dicho, de lo peor que ha escrito. Porque lo que no funcionan son los diálogos: largos, repetitivos y, sí, mediocres. Más que las conversaciones rápidas e ingeniosas a las que nos tiene acostumbrados, son cuarenta minutos de pura cháchara, de parloteo inane (algo que ya le ocurría en ‘Django desencadenado’).

Luego, una vez que ya conocemos a los “odiosos ocho”, la película despega. Tarantino se divierte y el espectador con él: diálogos explosivos (esta vez sí), malabarismos narrativos, acción hiperbólica, interpretaciones fabulosas y un encanto retro (está rodada en un formato en desuso, el mítico Ultra Panavision de 70 mm) realmente evocador. Un irresistible Cluedo con sombreros, pistolas y la premiada música de Ennio Morricone. 7,9

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Publicado por
Joric