¿Mulder peleando como si fuera Jackie Chan? Me cabe. ¿Un coche saliendo de un garaje y que corta el paso a Scully que va conduciendo por la acera y en dirección contraria? Pues se le pita para que dé marcha atrás. Mientras, no hay forma de hacer que el resto de la trama encaje. ¿Dónde está Skinner? ¿Por qué Einstein y Miller entran en el episodio como si siempre hubiesen estado ahí? ¿Cómo es posible que Mulder, el paradigma de la paranoia que cita a Snowden y a la NSA como prueba de la conspiración que siempre ha denunciado, se deje el portátil sin contraseña y la localización del móvil activada?
Muchas preguntas y dos respuestas: a Chris Carter los 6 episodios se le han quedado cortos para contar todo lo que tenía en la cabeza y, con todo el dolor de mi corazón, no está preparado para escribir un guión que consiga pasar la prueba de la redes sociales. En los tiempos en que Expediente X triunfaba, poca gente se reunía al día siguiente para analizar los agujeros o incongruencias del guión. Ahora esa criba es casi obligatoria.
Aun así, esta décima temporada ha merecido la pena. Apenas queda ya nada de esa puesta en escena tan sobria y medida -la narración se ha actualizado aunque no por ello ha perdido eficacia-; nos ha dejado al menos dos episodios francamente sobresalientes (‘Mulder & Scully Meet the Were-Monster’ y ‘Founders Mutation’); y ha vuelto a demostrar que, siempre que se recurra al humor y aspectos intimistas de la vida de sus protagonistas, Expediente X sigue siendo lo que era.
Poco importan los fallos, el sinsentido en que se ha convertido la trama central -¿de verdad nadie va a hacer referencia al hecho de que el propio Mulder fue abducido y, durante toda una temporada, fue considerado como el primer híbrido humano/alien?-, o que el plan del fumador esté metido con calzador. Los verdaderos fans de Expediente X, los que veneramos capítulos como ‘Triangle’, ‘All Things’, ‘How the Ghost Stole Christmas’, ‘Three of a Kind’ o ‘The Sunshine Days’, somos capaces de perdonar esto y más.
Quizá porque sabemos que los cimientos sobre los que se empezó a construir la tan manida «época dorada de la televisión» no hubiesen sido posibles sin ‘Expediente X’. Por eso, a pesar de un comienzo discreto y de un final muy decepcionante, nos quedamos con las genialidades de las que hemos sido testigos: Dagoo, Mulder manejando la cámara frontal del móvil; las dos preciosas escenas finales de ‘Home Again’ y ‘Babylon’ y un sentido del humor mucho más loco que en anteriores ocasiones.
Después de ese cliffhanger con el que termina ‘My Struggle II’ -porque si un mérito tiene este final de temporada es precisamente ese, haberse marcado un cliffhanger sólo superado por el de ‘Los Soprano’- sabemos, queremos creer, que vamos a volver a ver a Mulder y Scully en nuevas aventuras. Es una cuestión de fe.