‘Making a Murderer’: la serie del año es un documental

Quién iba a pensar que la serie más adictiva y fascinante de la temporada iba a ser un documental. ‘Making a Murderer’, emitida por Netflix, no solo te deja atornillado en el sofá como si hubiera pasado por tu casa el señor de Bricomanía, sino que, después de ver sus diez episodios, te dan ganas de dejarlo todo, estudiar criminalística como si no hubiera mañana e irte a Manitowoc (Wisconsin) a resolver el caso y poder sacar de la cárcel a sus dos protagonistas: Steven Avery y su sobrino Brendan Dassey.

Lo digo en broma, pero va muy en serio: pocas veces un producto televisivo tiene la capacidad de entretener y agitar conciencias como éste, de sorprenderte y convulsionarte hasta conseguir que acabes cada capítulo: 1) con la boca más abierta que la de los productores de ‘Spotlight‘ cuando ganaron el Oscar, 2) gritando improperios a la pantalla como si fueras un tertuliano con dolor de muelas, o 3) pasarte la noche en vela buscando en Google novedades sobre el caso. Todo eso después de haber estado gran parte de la serie con un «no-pue-de-ser» dibujado en los labios.

«¿Esto es verdad?». Eso es lo primero que uno piensa al ver los primeros capítulos de ‘Making a Murderer’. Tras los títulos de crédito, inspirados en ‘True Detective‘ y con música de Gustavo Santaolalla, uno no puede evitar pensar si lo que está viendo es un mockumentary. Uno muy bueno. Pero no, todo lo que se narra en la serie es sorprendente y dolorosamente real. No voy a contar nada por si queda algún despistado que no sepa de qué va (aunque spoilear un hecho real resulta un poco paradójico), pero sí quiero decir algo: la frase «la realidad supera la ficción» se queda muy corta ante esta serie.

‘Making a Murderer’ es el fruto de diez años de trabajo de Laura Ricciardi y Moira Demos, quienes comenzaron la filmación del documental cuando eran estudiantes de cine. Estudiantes aventajadas. Solo hay que fijarse en el ritmazo casi de thriller que tiene la serie, su notable claridad expositiva y la extraordinaria capacidad de síntesis que demuestra (sin que ello repercuta en su exhaustividad), para darse cuenta de que a estas directoras hay que seguirlas muy de cerca. De hecho, después de hacernos vivir una experiencia jurídica de este calibre, han conseguido que todas las ficciones tipo ‘Ley y orden’, habidas y por haber, nos parezcan cuentos para niños.

Y es que esta serie es muy buena, pero también da mucho, muchísimo miedo. Miedo porque te pone delante de las narices las limitaciones de un sistema judicial con graves problemas estructurales. Miedo porque ves hasta dónde pueden llegar las instituciones para protegerse a sí mismas, sin importarles las consecuencias. Miedo porque sabes que lo que estás viendo no es una excepción, sino que debe de haber muchos otros casos parecidos. Y miedo, sobre todo, porque, como dice uno de los abogados defensores, «uno puede estar más o menos seguro de que nunca cometerá un crimen, pero no de ser acusado de haberlo cometido». 9.

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Publicado por
Joric