¿Cómo es posible que la muerte de Prince nos afecte tanto? Quizá la era de las redes sociales esté impidiendo que endiosemos a genios de nuestra generación como Kanye West. Ningún misterio les rodea, a menudo su sobreexposición les hace parecer bobos, cuando no odiosos. Y luego están los artistas de otras décadas… Unos son ya mayores. Otros murieron enseguida. Otros decayeron más pronto todavía. Otros se volvieron locos. Otros se retiraron. Otros venían de los 90 y eran demasiado indies para querer resultar icónicos. Ninguno fue el caso de Prince, al menos hasta este bobo día de 2016 y hasta ese puto ascensor en el que ha muerto, más idiota todavía. El artista tomó muchas decisiones malas y ni aprovechaba el potencial comercial de alguna de las canciones que seguía editando. Pero a diferencia de a otros, a él se le fue la olla cuando ya podía permitírselo, cuando llevaba más de una década consolidado, cuando ya todo el mundo, no sólo en Estados Unidos, le adoraba como gran genio. Cuando ya había aunado como pocos imagen, composición, producción. Acumulaba premios y millones de discos vendidos. El talento y la influencia de Prince eran innegables… y también se beneficiaba de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado. El nacimiento de MTV. Una época dorada para la venta de discos como fueron los años 80. Si la imagen ya había sido importante desde Elvis y los Beatles, dos décadas antes, entonces lo era más todavía. Sus míticos trajes marcando no paquete, sino glande a todo color, sus gafas de sol, perilla y pelo le hacían totalmente inconfundible, reconocible incluso aunque no le estuvieras mirando más que de soslayo. Millones de personas rebobinando una cinta de VHS al mismo tiempo.
Y después estaba la música. La primera vez que vi a alguien imitando a Prince bailando ‘Kiss’ es uno de los recuerdos musicales más felices de mi vida. ¿Cuánto se puede molar en esta vida? Dos segundos de intro y el cabrón ya tenía llena la pista de baile. No busquéis en los créditos de sus discos a Quincy Jones, ni a The Neptunes, ni a Pat Leonard, ni a diecisiete coautores de moda, ni a veinticinco creadores de beats. Todos sus álbumes los autoprodujo en solitario, del primero al último, con alguna asistencia muy aislada acreditada a su grupo de cada momento o, en los últimos tiempos, a Joshua Welton, que explicaba en esta entrevista
cómo logró convertirse recientemente en el único co-productor de Prince. O mejor que «recientemente», «demasiado tarde»: cada vez que oyes el timbre en falsete de Prince, un solo de guitarra a lo Prince, una nube de sensualidad funky a lo Prince, o un ritmo sincopado de R&B a lo Prince en una canción… la única persona a la que tienes que acreditar es a Prince.Podemos y debemos aferrarnos al presente y mirar al futuro porque es la única manera de salir adelante, pero después de las inesperadas y tempranas muertes de David Bowie y de Prince… qué pocos artistas icónicos nos quedan que hayan sido talentosos, trabajadores, creativos, visuales y lo suficientemente independientes como para hacer completamente en solitario varias obras maestras, autoproduciendo y tocando decenas de instrumentos. Diego Manrique no lo duda y sitúa en El País a Prince como el más talentoso de la triada Prince / Michael Jackson / Madonna, todos ellos nacidos entre junio y agosto de 1958. Aquel verano fue de órdago para una cosa que después conoceríamos como POP, eso está claro, pero nadie se atreve a discutir que tenga razón.
Aunque esa independencia también provocó sus nubarrones y ha jugado en su contra. Cierta falta de norte. Cierta falta de asesoramiento. Sobre todo en cuanto a modelo de negocio. Ayer alguien me dijo «no te vas a creer lo que me ha pasado en la oficina, pero una persona…» «No me lo cuentes, ya sé lo que me vas a decir y no quiero oírlo», interrumpí. Sí, una persona de esa oficina del demonio no sabía quién era Prince. Y eso es culpa del artista, de su carácter escurridizo y casi paranoide. ¿Cuántas veces hemos publicado «Prince denuncia a 22 webs«, «Prince abandona Facebook, Twitter y en parte Youtube», «Prince se va de Spotify»… mientras sufríamos por la impopularidad de sus decisiones?
El artista ha hecho historia luchando por su independencia como artista (¡¡aquellos años en que se decía por la radio «el artista anteriormente conocido como Prince»!!) y como dice Javier Blánquez en El Mundo, el contrato que finalmente negociaba con Warner es el que tienen muchas primeras figuras a día de hoy: Madonna en realidad se autoedita mientras Interscope sólo distribuye. Quizá sea la única dueña de su carrera para bien y para mal gracias a Prince. Pero hoy no le perdonamos a Rogers Nelson la zorrera que nos ha dejado liada: sus vídeos no podemos verlos en buena calidad en Youtube/Apple TV, sus canciones no podemos escucharlas si no es rescatando CD’s y vinilos del baúl de los recuerdos. Cientos de miles de «¡mierda, pero si este disco me faltaba!», «¡mierda, pero si era de mi hermano!», «¡mierda, pero si lo tengo en casa de mis padres!» están resonando en millones de hogares de todo el mundo. De ninguna manera podemos compartir nuestro vídeo favorito con un amigo que está a miles de kilómetros, ni enviarle una playlist a ese pobre empleado que desconoce quién se ha muerto ni por qué es tan importante para el mundo. Salvo que tú y tu amigo tengáis Tidal, claro, si es que existe este pedazo de carambola. ¿Cómo iba a captar así a nuevo público joven? ¿Por qué no ha aceptado actuar en macrofestivales, como han hecho Blondie, Dolly Parton, Metallica o U2? Esta sensación que nos deja de haberse ido por la puerta de atrás, frente a cierta indiferencia millenial, es completamente insoportable…