También es muy cuestionable la celebración de Caribou en recinto cerrado, con pabellón casi a reventar, con el personal de seguridad completamente desesperado intentando evitar que la gente se agolpara en las vallas de las gradas; mientras una banda más tranquila como Band of Horses tocaba fuera. Y por supuesto que no se usen los tres pabellones cerrados de la Caja Mágica para la programación de dj’s entre 3 y 6 de la mañana, lo que, sin molestar a los vecinos, regularía el uso de taxis, pues mucha gente optaría por irse a casa en los coches disponibles y otra por esperar al metro.
Comenzamos la tarde con Kings of Convenience, que en formato dúo y acústico abarrotaron el Escenario 4. En ningún momento dejó de seguir sumándose gente al graderío. Erlend Øye y Eirik Glambek Bøe contaron con el apoyo espontáneo del público haciendo palmas y pitos en canciones favoritas de su repertorio como ‘Singing Softly to Me’ o ‘I Don’t Know What I Can Save You From’, mientras en otros momentos el show decaía un poco. Erlend llegó a enfadarse. «¿Sabéis qué podemos hacer?», se preguntó, encontrándose con que la gente empezaba a pedir canciones. «No, sabemos perfectamente qué tocar. Me refiero a qué podemos hacer para que la gente se calle. Es muy molesto», espetó. Que la gente hablando en conciertos acústicos es odiosa lo sabemos hace años, pero también cabe plantear si el dúo confía demasiado en el formato acústico y en un repertorio que no se renueva hace tiempo. No les vendría mal álbum nuevo, porque no todas las canciones que tienen son tan sobresalientes como ‘Boat Behind’, en la que el público entonó un preciosísimo coro; ‘Know-How’, lo mismo, produciendo un momento realmente bonito cuando el respetable hacía las voces de Feist; su obra maestra ‘I’d Rather Dance With You’ y la final ‘Misread’. Quizá si tuvieran 15 canciones tan buenas como todas estas igual el público habría callado todo el rato.
Michael Kiwanuka dio la gran sorpresa de la tarde/noche. Cuando pensábamos que de nuevo nos encontraríamos casi solos en el Escenario 5, resultó que la pista de este estaba casi llena para recibirle (se había corrido la voz de la existencia o simplemente el artista vive un gran momento). Ante el numeroso público, el protegido de Adele deslumbró con una desestresada y calmada pero nunca aburrida lección de rhythm and blues que tuvo varios desarrollos instrumentales que agradecer a Prince por él y su solvente banda. Muestra de lo que se le avecina, el hecho de que dos de los momentos álgidos correspondieran a dos canciones nuevas de su inminente largo, en lugar de a las más conocidas de su debut. Vibrante y muy bailable la versión acelerada de ‘Black Man In a White World’ y sobre todo la preciosa ‘Love & Hate’, reservada para el final. Imposible salir de allí sin tararearla. Papa-parapa-para-pará… Papa-parapa-para-pará… Papa-parapa-para-pará…
La idea de contar con Jane’s Addiction con motivo del 25º aniversario de ‘Ritual de lo habitual’ por lo menos era original. El disco tenía hits en los albores del grunge como ‘Stop’, otros temas próximos al funk como ‘Been Caught Stealing’ y mucha más variedad de la que recordabas o te sonaba en una segunda mitad más introspectiva en ‘3 Days’, ‘Then She Did’ o el vals psicodélico de ‘Of Course’, que algunos se pusieron a bailar cual Danubio Azul. Es una gozada cómo una simple línea de bajo puede llevarte varias décadas atrás, y el grupo logró una buena conjunción de guitarras, pianos e incluso violines. Sin embargo, la conexión no fue completa. Perry Farrell, de traje blanco con camisa negra de lentejuelas y maquillaje resaltando su palidez, ejerció de amanerado y carismático frontman, pero sin conectar con el público casual. Había un componente femenino e incluso exuberante en ‘Ritual de lo Habitual’, un álbum que comenzaba con una cita en castellano de la que el grupo consideraba «la Marilyn Monroe latina», Cindyana Santangelo, y gran parte del disco se dedicaba a la muerte por sobredosis de heroína a los 19 años de su amiga Xiola Blue; pero me consta que la presencia de go-go’s ejerciendo de stripers durante parte del espectáculo fue entendida como algo anticuado y sexista. La versión de ‘Rebel Rebel’ de David Bowie sobró. Quizá el retrato de la decadencia era deliberado, pues el rock de la época ya hablaba de ella desde su juventud…
León Benavente llegaron a Mad Cool de pura chiripa, a causa de la cancelación de la actuación de Fuel Fandango. Pero eso no fue impedimento para que, minutos antes de su actuación, se formase una larga cola a las puertas del escenario de La Caja Mágica que -esta vez sí- los servicios de seguridad despacharon con bastante rapidez mientras comenzaban a sonar los primeros acordes de ‘Tipo D’. Los de Abraham Boba venían a presentar ‘2’, su segundo largo de estudio, y no defraudaron en ningún momento: se nota que, ya sea con Nacho Vegas o con Tachenko, todos los integrantes de la banda han chupado bastante carretera y mucho escenario. Encandilaron al público con trallazos como ‘Ribera’, ‘Aún no ha salido el sol’ o ‘Gloria’, que el público bailó a rabiar; sin olvidarse de su primer trabajo, recuperando -entre otros- ‘Revolución’ y ‘Ser Brigada’. Agradecieron a los asistentes más talluditos «haber cambiado el revival de los 90 de Jane’s Addiction por León Benavente” y se despidieron a lo grande, metiendo bien de ruido». Lolo Rodríguez.
El mismo pabellón de León Benavente se llenaba casi hasta los topes para recibir a Caribou. Costaba recordar el día que esta persona sudaba tinta para llenar Razzmatazz. Miles de personas esperaban pacientemente al comienzo de su set, que se retrasó 10 minutos, y que destacó por su esqueleto orgánico. Una banda de blanco de cuatro músicos interpretó voces, riffs de teclado que tontamente habíamos supuesto pregrabados, y por supuesto vigorosas percusiones que mantuvieron al público en pie pese a la disponibilidad de asientos en las gradas. El único bajón fue la iluminación. Si un día antes en El Guincho las luces fueron dadas en mitad de una canción por error, provocando que Pablo apretara el botón de «bakalao», en este concierto nunca se terminaron de apagar del todo. Y que la gente pueda verte bailando, poniendo caretos o cantando es una bajona. Por lo demás, excelente como siempre Caribou, tanto en los momentos de baile (‘Our Love’, la segunda del setlist), como en los más emocionantes (‘Back Home’) y por supuesto en la supertraca final con ‘Odessa’, ‘Can’t Do Without You’ y ‘Sun’.
Lo siento en el alma por 091, pero después del subidón de electrónica de Caribou no eran una opción. La única opción posible era un nuevo revival de The Prodigy como reencuentro con la electrónica noventera británica. Aunque lo suyo era muy sui generis y más guarrete, las bases estaban bien impregnadas de big beat y los breaks y drops que tanto hemos escuchado en los últimos años de vuelta. No faltaron los hits de ‘Fat of the Land’, con ‘Smack My Bitch Up’ reservada como canción final antes de un eterno bis que nadie pidió, pero a The Prodigy ni los vimos ni a duras penas los intuimos hasta que esta mañana hemos recibido una foto de prensa vía e-mail. El grupo opta por un montaje lleno de claroscuros, luces y sombras, y en una palabra, humo, que no te termina de meter en el show. Las arengas tipo «All the Spanish people», «all the warrior people», «all my fucking people», «all the voodoo people» fueron una completa pesadez rozando el acoso y derribo, y el modo en que las bases se cortaban de repente al término de alguna canción no dice nada bueno sobre la autenticidad de su directo.
Un varapalo para The Prodigy fue que inmediatamente después aparecieran Die Antwoord. El grupo sudafricano -en formato DJ y dos bailarines junto a los dos líderes- también apuesta por el feísmo (la palabra «ugly» es clave en sus pantallas) pero, a falta de contar con mejor repertorio, ganó por un sonido mejor, mejores proyecciones (dibujos con forma de polla, etc), mejor montaje y mejor presencia escénica. Su sonido resultaba francamente moderno en contraste, alternando trap con ramalazos incluso trance, un hip-hop muy heredero de Beastie Boys y un perreo copieteado descaradamente de M.I.A. Yolandi nos conquistó con su voz de pito y Ninja, esa suerte de Eduardo Gómez Manzano, es decir, la persona más fea del mundo que se atreve a marcar paquete, lo hizo con su español entre «culito» y «oé-oé-oés» futboleros. Impagables sus primerísimos planos en el montaje. Al fin se vio a gente dándolo todo por doquier y haciendo el imbécil a ritmo de algo. Al fin MadCool se convirtió en festival.