Y han hecho bien. ‘Ópalo negro’, más que un gigantesco paso adelante (¿puede exigirse que lo sea un disco de debut?), es la consolidación de casi todos los palos que han tocado en estos años, de su vena más infantil a la más adulta. Y sin embargo, qué poco pintarían en esta secuencia ‘Oso Panda’ y ‘Lo que me gusta del verano es poder tomar helado’ con la voz de Paula; y qué bien queda ‘Sangre en los zapatos’ como cierre de la cara A cuando el álbum corre el peligro de dividirse demasiado entre baladas clásicas y surf-pop punki un poco bobo, sobre extraterrestres, fiestas de fin de curso, y chicos que miran «patidifusos».
Esta última vertiente es la que tiene un valor artístico más limitado, materializada en canciones como ‘Chico de Plutón’, ‘Meteoritos en Hawaii’ o ‘Akelarre en mi salón’, tan Pegamoide que parece un «mash-up» de ‘Horror en el hipermercado’ y ‘La rebelión de los electrodomésticos’ sin que sea tan carismática como ninguna de las dos (hay mención, por cierto, a una ‘Bola de cristal’). Es aquí cuando Papa Topo retroceden para parecer un grupo de la colección «New Adventures In Pop» más. Mucho más interesante es esa ‘Lágrimas de cocodrilo’ en que parecen estar imitando la olvidada ‘La línea se cortó’ (fue el único single de ‘Grandes Éxitos’ de Alaska y los Pegamoides además de ‘Bailando’, pero por alguna razón nadie lo recuerda), para después pasar a otra cosa, un estribillo abiertamente bailable de corte, de nuevo, disco, más bien Dinarama, tipo ‘Deja de bailar’.
Porque a veces las canciones de Papa Topo son más complejas de lo que parece. ‘Enero’, ese tema que dicen que les encantaría escuchar en boca de Raphael, empieza como una canción de Extraperlo para después buscar los brazos de crooner y los arreglos vistosos de un Jens Lekman. El single ‘Ópalo negro’, un gran grower, abre lleno de deseo de venganza, alternando un ritmo muy electrodisco con cencerros y un estribillo que no puede sonar más fangoriano/raphaelesco (para bien). ‘Je suis un monstre’ se inspira probablemente en Blondie, Chic y Lio pero es también apta para fans de Metronomy o Hercules & Love Affair; mientras que ‘Quédate cerca de mí’ es la canción entusiasta que necesita el final del álbum para no cerrar demasiado de bajona sino -en ese momento penúltimo al menos- tan arriba como un hit de Human League o un ‘Walking On Sunshine’.
Y otras veces las canciones de Papa Topo también pueden ser preciosas y emocionantes. Es el caso de ‘Davall ses flors des Taronger’, una canción bucólica en mallorquín inspirada en Maria del Mar Bonet que Adrià dedica a la muerte de su abuela, y que desde sus inocentes campos de flores, ante la imposibilidad de detener el tiempo, hace pupa. Muy sutil en sus arreglos y muy breve, nunca resulta recargada o afectada de más. En absoluto lacrimógena. Como tampoco lo son la balada costumbrista jazzy ‘El balcón’, en la misma línea, ni ‘Joana’. Es ahí, o en el modo de abrir y cerrar el álbum entre el pop de cámara y la canción tradicional, cuando te das cuenta de que Adrià se quiere parecer más a Alejandro Martínez como compositor inquieto y versátil que a Berlanga o a Milkyway. Y bien, ¿verdad?
Calificación: 8,1/10
Lo mejor: ‘Ópalo negro’, ‘Enero’, ‘Quédate cerca de mí’, ‘Davall ses flors des Taronger’, ‘Sangre en los zapatos’
Te gustará si te gustan: La Casa Azul, Klaus & Kinski, todos los grupos en que ha militado Nacho Canut -incluidos Los Vegetales- excepto Jet 7
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