1. Mark Rylance. Portentoso. Su expresividad facial y verbal, con esas divertidas «patadas al diccionario», logran que a los pocos segundos de aparecer ya no le veamos solo como un sofisticado logro técnico de «captura de movimiento», sino como a un personaje de «carne y hueso», un divertido, protector y entrañable amigo gigante a cuyo hombro te subirías sin pensártelo. Si no fuera porque el cine infantil se sigue mirando con ojos condescendientes en los Oscar, Rylance podría llevarse perfectamente otro a su casa.
2. Su preciosista diseño. Desde el evocador comienzo en un orfanato muy dickensiano, ‘Mi amigo el gigante’ te entra por los ojos: la aparición del gigante por las misteriosas calles de Londres, la belleza salvaje del País de los Gigantes (comedores de «human beans»), el fantástico interior de la guarida del protagonista y, en especial, una secuencia, la caza de sueños, que me hizo babear saliva fosforita. Como hace «el gran gigante bonachón» (título del libro en España), Spielberg ha cazado un sueño digital y nos lo ha soplado con una trompeta.
3. Su aroma añejo. ‘Mi amigo el gigante’ no es una alocada y ruidosa aventura infantil para espectadores con déficit de atención. Desde un punto de vista narrativo, recuerda más a una película de Disney de hace cuarenta o cincuenta años, a ‘La bruja novata’ o ‘Mary Poppins’ (su imaginario British es muy parecido). Spielberg se toma su tiempo en presentar a los personajes y en deslizar un emotivo mensaje sobre el valor de la amistad y el poder de la imaginación. Es tan vintage, que hasta parece analógica.
Su aroma añejo. Lo mejor de ‘Mi amigo el gigante’ es también lo peor. Hay momentos en que la película parece tener más polvo encima que las casas de ‘Enterrado en mi basura’. Más que añeja parece anticuada, sin brillo. Spielberg rocía todo con un spray de sentimentalismo y melancolía que actúa como repelente contra el humor (apenas unos chistes de pedos), la chispa mordaz, el sentido de la aventura y la verdadera emoción. El director se toma su tiempo en narrar la historia, sí, pero a veces parece que se está echando una cabezadita. ¡Abuelo, que se me duerme! 6,9.