Si nos fijamos en los últimos estrenos de animación, lo cierto es que suele predominar demasiado el melodrama con mensaje profundo. En cuanto a personajes, se repiten con frecuencia los animales, los monstruos o las historias con niños. Incluso haciendo un poco de historia, apenas podemos apuntar el caso de ‘South Park, más grande, más largo y sin cortes’ como un antecedente de humor en el que no quepan fragilidades ni edulcorantes (por mucho que sí contaran con niños).
‘La fiesta de las salchichas’ elige desarrollar la acción en un hipermercado, un escenario aparentemente amable, que se ve reforzado por el colorido y las formas redondeadas de unos personajes tan poco habituales como bollos, botes de mostaza, bolsas de patatas fritas o de salchichas. Todo aparentemente muy inofensivo, pero para enmascarar una serie de miserias humanas que van desde la religión -impagables los diálogos entre un pan de pita palestino y un bagel judío- hasta los conflictos fronterizos de México, pasando por las drogas o las perversiones sexuales: son muchas las escenas de alto voltaje poco vistas en la gran pantalla, en un tiempo en que parecemos claudicar a la autocensura, la corrección forzada y a poner límites al humor a veces incluso hasta en lo privado.
‘La fiesta de las salchichas’ ni siquiera empacha con el chiste gastronómico-sexual, desentonando solo en su precipitado final -aunque por fortuna solo ligeramente- con el resto del metraje. La guinda a este «Horror en el Hipermercado» la pone Alan Menken con el tema principal, que para mayor cachondeo ha sido oscarizado hasta ocho veces por canciones o bandas sonoras para Disney, y que para la ocasión ofrece un punto tan subido de tono como el doblaje, en la versión original, de Salma Hayek. 8.